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En Deuteronomio 32:1-6, Dios habla al pueblo de Israel por medio de Moisés, su siervo, usando un...
En Deuteronomio 32:1-6, Dios habla al pueblo de Israel por medio de Moisés, su siervo, usando un cántico como testimonio profético. Este cántico no solo es una advertencia, sino también una profunda reflexión sobre la fidelidad de Dios frente a la infidelidad humana.
Dios habla y su Palabra transforma
Desde el verso 1, se nos recuerda que Dios es un Dios vivo que se comunica. Hoy, como entonces, Él sigue hablando por medio de sus siervos fieles. Su palabra, como dice el verso 2, cae como la lluvia que empapa la tierra: es vida, es poder, y transforma los corazones.
La Palabra produce fruto
Tal como enseña Isaías 55:10-11, la Palabra de Dios nunca vuelve vacía; como en la parábola del sembrador (Mateo 13:1-9), esa semilla cae en nuestros corazones y da fruto si estamos dispuestos. Por eso, Santiago 1:21 nos llama a recibir con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas.
Exaltamos a Dios con nuestras vidas
El verso 3 declara que el propósito de la Palabra es engrandecer a Dios y proclamar su nombre. Esa debe ser también nuestra meta diaria: vivir de tal manera que todo lo que hacemos glorifique a Cristo.
Cristo, nuestra Roca
En el verso 4 se nos revela que Dios es la Roca: firme, justa, perfecta. En el Nuevo Testamento, sabemos que esa Roca es Cristo (1 Corintios 10:4). Nuestra vida debe edificarse sobre Él. Solo así seremos un pueblo santo y no caeremos en la corrupción que proviene de servir a otros dioses: ídolos del ego, del materialismo o del mundo.
No culpemos a Dios por el pecado humano
El verso 5 aclara que la corrupción no viene de Dios, sino del corazón humano que se aparta de Él. Cuando un hombre o una nación abandona al Señor, lo que sigue es decadencia y muerte espiritual. Pero Dios, en su amor, nos llama a volvernos a Él, a ser santos, apartados para su gloria.
¿Somos verdaderamente su pueblo?
El verso 6 nos confronta: ¿respondemos a la fidelidad de Dios con gratitud y obediencia? Él nos creó, nos redimió, y nos sostiene. No lo olvidemos. La mayor muestra de su amor es Cristo crucificado y resucitado, la Roca eterna que nos da vida.