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Al hacer uso de este término no pretendo referirme a la capacidad que puede poseer cualquiera para reaccionar rápida y eficazmente ante algo, ni tampoco aludo al reflejo involuntario que podemos presentar como respuesta ante determinados estímulos.

A lo que apunto es a eso que reproduce, muestra o pone de manifiesto una imagen o una realidad que nos expone una réplica distintiva de algo característico de nuestro propio ser.

Creo que quien más, quien menos, somos conscientes de que existen en otras personas retratos fidedignos de alguno de nuestros atributos, de alguna de nuestras peculiaridades o de cómo nos revelamos en ciertas situaciones, encontrar ese reflejo nuestro plasmado en alguien ajeno, puede tener a mi modo de ver tanto ramificaciones positivas como negativas.

Asocio las ramificaciones positivas con el hallazgo de otros seres similares o análogos, porque percatarnos de esa afinidad, de esa coincidencia de caracteres, de gustos o de pareceres, deja la puerta abierta para el encuentro de almas gemelas o para el inicio de enriquecedoras y fructíferas relaciones en diferentes órdenes y campos, porque es lógico e inevitable que derive en un hermanamiento que siempre va a tener consecuencias provechosas, que siempre va a suponer beneficios recíprocos.

Y entiendo como ramificaciones negativas observar en otra gente conductas, actitudes o maneras que tachamos de lamentables, porque sugieren defectos que menospreciamos o avisan de carencias o de limitaciones que no despiertan nuestra simpatía. Y no reparamos algunas veces en que aquellas que más inquina aversión e incomodidad nos producen, son las que nos tocan de cerca, por sufrirlas de forma más directa, o aunque nos cueste itirlo, porque nos describen en más instantes de los que desearíamos.

Yo pienso que en el primer caso, cuando encontramos similitudes que nos agradan o nos satisfacen, haríamos bien en mimar esa concordancia, en ahondar en ese paralelismo que tantos lazos, vínculos y conexiones puede aportar a nuestra vida y tanto puede embellecerla. Y por lo que atañe a la otra posibilidad, considero que habríamos de indagar cuál es la razón de que remueva esas desapacibles o fastidiosas impresiones en nuestro interior, porque podemos descubrir que lo que criticamos se aprecia también en lo que nos define.

Y llevar a cabo esa autocrítica conduce no sólo a que nos demos cuenta de cuestiones que nos resistíamos a contemplar, sino también a iniciar el camino de muchos avances y superaciones. A veces hay cosas tan evidentes, si nos situamos desde la posición de espectadores, que cuesta, una vez detectadas, entender cómo han podido pasarnos desapercibidas, pero nada como la madura humildad de reconocerlo y hacer buen uso de ello.