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Abreorejas: audiolibros infantiles y juveniles
27. Así fue la primera procesión de la bandera en 1901

27. Así fue la primera procesión de la bandera en 1901 t192i

26/8/2024 · 09:13
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Abreorejas: audiolibros infantiles y juveniles

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Relato de Federico Barreto sobre la procesión de la bandera en Tacna en 1901. 284s5v

Lee el podcast de 27. Así fue la primera procesión de la bandera en 1901

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

¡Hola amigas y amigos! Bienvenidos a Abre Orejas, una serie de audiolibros infantiles y juveniles de
la Biblioteca Bicentenario. Hoy escucharemos, así fue la primera procesión de la bandera en 1901,
una crónica de temática patriótica, escrita por el tacneño Federico Barreto. La oiremos en
la voz de Verónica Flores Pantoja. La procesión de la bandera. Ocurrió el caso en 1901. Era por
entonces intendente accidental de Tacna, el general Don Salvador Vergara, hombre impresionable y
receloso, que durante su breve istración mantuvo siempre sobre las armas, lista para
cualquier evento a la guarnición militar, que se hallaba a sus órdenes como si esperara que un
enemigo invisible atacara la plaza de un momento a otro. Una institución tacneña muy antigua y muy
prestigiosa, Sociedad de Auxilios Mutuos, el Porvenir, quiso un día hacer bendecir en la
iglesia parroquial un magnífico estandarte de seda bordado con oro. Pero, como en aquellos días
habían prohibido las autoridades chilenas exhibir banderas peruanas en la ciudad, fue menester
enviar una comisión de socios a la intendencia a recabar el permiso correspondiente. La negativa
del general Vergara fue rotunda. «No quiero banderas en las calles», dijo. «Provocan manifestaciones
patrióticas, y esas manifestaciones dan origen a contramanifestaciones que ponen en peligro el
orden público». Y no hubo medio de hacerle variar la resolución. Días después, ya en vísperas de
28 de julio, la Sociedad, el Porvenir, que deseaba celebrar de alguna manera el Día de la Patria,
volvió a solicitar el permiso deseado. Y el intendente volvió a denegarlo. «Lleven el
estandarte a la iglesia en una caja», dijo. «Y en la misma forma vuelvan con él al local
de la Sociedad. Así nos ahorraremos un conflicto». Insistió la comisión, alegando que en Tacna todas
las colectividades extranjeras, incluso la china, enarbolaban su bandera cuando les placía. Y que
no era justo que solo los peruanos, que estaban en suelo propio, se viesen privados de esa libertad.
El milagro. Una idea extraña, ¿sabe Dios de qué alcances posteriores? Debió cruzar en ese momento
por el cerebro del general Vergara, pues, cambiando repentinamente de tono, dijo.
«Tienen ustedes el permiso que solicitan, pero con la condición de que me garanticen,
bajo responsabilidad personal, que al conducir la bandera por las calles,
el pueblo peruano no hará manifestación alguna de carácter patriótico. Exijo, desde luego,
de un modo concreto, que no haya aclamaciones, ni vivas, ni el más leve grito que signifique,
ni remotamente, una provocación para el elemento chileno». Los de la comisión se miraron
un tanto desconcertados, estimando, sin duda, demasiado aventurado el compromiso que se les
imponía. Pero resueltos a todo, lo aceptaron, poniendo así, en grave riesgo, su responsabilidad.
«Está bien, señor intendente», dijo uno de ellos hablando por todos. «No se oirá un solo grito
en las calles durante la procesión del estandarte». Al día siguiente, los diarios peruanos, a la vez
que daban a conocer al público el grave compromiso contraído por la comisión, recomendaban
eficazmente a los hijos del lugar que el día de la fiesta honraran con su actitud la palabra
empeñada al mandatario de la provincia. Los aprestos para la gran ceremonia, que debía
realizarse una semana después, en el Día de la Patria, comenzaron desde luego con toda actividad
en medio de la más intensa expectación pública. La institución encargada de organizar el programa,
conocedora del carácter altivo y rebelde de la gente de Tacna, abrigaba el íntimo temor de que
la fiesta acabara en tragedia. Un Vive el Perú, contestando con un Viva Chile, podía convertir las
calles de la ciudad en un campo de batalla. En medio de esta incertidumbre, llegó, por fin,
el 28 de julio. Llegó el día. En las primeras horas de la mañana, más de 800 de la
sociedad El Porvenir condujeron a la iglesia de San Ramón, la principal de Tacna, el estandarte
que había de bendecirse. Esta traslación se realizó, intencionalmente, por calles en lo posible
que la hermosa bandera fuese conocida por el vecindario antes de la ceremonia. Comenzó ésta,
la ceremonia, a las 10, con el concurso de casi la totalidad de la población peruana. Las tres
naves del templo estaban materialmente repletas de gente. Afuera, en el atrio y en las calles
adyacentes, una multitud incontable aguardaba, impaciente, el fin de la fiesta religiosa para
escoltar la bandera del cautiverio. En el altar mayor oficiaba

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