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Querido Lennon
#41 - Un Hofner para Stuart Sutcliffe.

#41 - Un Hofner para Stuart Sutcliffe. 602st

17/5/2025 · 13:04
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Querido Lennon

Descripción de #41 - Un Hofner para Stuart Sutcliffe. 616y6j

Programa 41 de Querido Lennon, podcast en el que José Ángel Martín te acerca la vida del genial artista de Liverpool de un modo narrativo. En este episodio un nuevo miembro e inesperado se unirá al grupo: Stuart Sutcliffe. Espero que te guste. Música compuesta por Chefo Martín para Querido Lennon: Lennon's Dream. Landscapes With John. Fuentes: Biografía de John Lennon de Philip Norman. Tienes todos los enlaces de interés aquí: https://linktr.ee/sfbeatlespodcast Escúchame también en: Strawberry Fields: https://go.ivoox.descargarjuegos.org/sq/1111010 Noches Templarias: https://go.ivoox.descargarjuegos.org/sq/2496835 Escucha Querido McCartney: https://go.ivoox.descargarjuegos.org/sq/2519388 Muchas gracias por escuchar Querido Lennon. Sin ti no sería posible seguir adelante. 1g3l53

Lee el podcast de #41 - Un Hofner para Stuart Sutcliffe.

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

En el episodio anterior fuimos testigos de cómo John Ian de Moondogs, ese nombre provisional cargado de ilusión y descaro juvenil, se abría paso en el circuito de concursos del norte de Inglaterra, para terminar abandonando el escenario con las manos vacías y el alma herida. La decepción no apagó las guitarras, pero dejó al grupo cojeando, todavía sin batería y buscando desesperadamente una manera de sonar como una banda completa.

Hoy veremos cómo, en lugar de buscar fuera, John miró hacia adentro, hacia sus propios afectos y encontró en el mundo del arte, en su amigo Stuart Sutcliffe, una nueva pieza para su puzle musical. Mi nombre es José Ángel Martín y te doy la bienvenida a Querido Lennon Habían pasado semanas desde que el eco de las guitarras resonaran en el casba y desde aquella noche en la que John Ian de Moondogs abandonaran el escenario del concurso en Manchester con más decepción que gloria. John, Paul y George seguían ensayando, aferrados a su sueño como quien se aferra a una tabla en medio del mar, pero la ausencia de un batería seguía pesando como una losa.

Cada ensayo era una combinación de ilusión y frustración, de notas prometedoras que se perdían por falta de base, de ideas musicales que no lograban cuajar porque algo, o mejor dicho, alguien faltaba. Sin perspectivas claras ni os con baterías disponibles, porque todos los buenos ya estaban comprometidos con grupos de mayor prestigio, buscaron una solución más práctica, más accesible y quizás, en el fondo, más simbólica. Incorporar un bajo eléctrico. Un instrumento que entonces empezaba a consolidarse como indispensable en cualquier conjunto serio y que además no requería años de técnica ni una inversión imposible.

El bajo eléctrico era una especie de arma secreta. A diferencia de la batería, no ocupaba medio escenario ni requería un furgón para transportarlo. Bastaba con un mástil de cuatro cuerdas, unos dedos decididos y una actitud firme. Además, con su estructura similar a la guitarra, parecía más fácil de aprender, sobre todo si quien lo empuñaba no pretendía solos ni florituras, sino simplemente acompañar.

Así fue como John Lennon, con la astucia práctica de quien siempre prefería contar con los suyos, volvió la vista hacia su entorno más cercano. Y lo hizo no con un anuncio en la pared, sino con una propuesta directa, casi cruda, casi competitiva. Ofreció el puesto a dos de sus amigos de la Escuela de Arte, Stuart Sutcliffe y Rod Murray, con una sola condición. El primero que consiguiera hacerse con un bajo, se quedaba con el sitio.

Su voz, ingenioso y tenaz, se arremangó de inmediato. Se metió en el taller de banistería de la escuela y empezó a construir su propio instrumento desde cero. Dibujó planos, midió tablas, talló madera con la esperanza de poder tensar pronto esas cuerdas invisibles.

Mientras él trabajaba sobre virutas, Stuart, el más callado, el más introspectivo, el más artista, no se apresuró. Él no pensaba construir nada, pero tenía otro plan, y sobre todo, otro talento. Uno que, sin saberlo, lo llevaría directamente al escenario.

Porque en aquella misma época, noviembre de 1959, se celebraba en Liverpool la renombrada exposición John Moores en la Walker Art Gallery, un evento de gran prestigio que ofrecía a los artistas locales la oportunidad.

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