
Descripción de El Camino a la Oscuridad 435o72
Una bomba biológica marca el inicio de la Tercera Guerra Mundial… y el fin de la humanidad tal como la conocemos. En este episodio de Terror junto a la Hoguera, te sumergirás en una historia postapocalíptica donde la muerte no es el final, sino el principio de algo mucho peor. Lucas y sus amigos emprenden una desesperada huida hacia Santa Magdalena, un remoto pueblo en Guadalajara que, según rumores, ha escapado de la infección zombi. Pero el camino está plagado de pérdidas, oscuridad y revelaciones aterradoras. Y cuando Lucas llega al destino... descubre que ha corrido directo hacia el origen de la plaga. u2d5a
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Bienvenido. Te acercaste al fuego buscando calor, pero lo que encontraste fue algo muy distinto.
Las historias que escucharás te envolverán en un manto de misterio, miedo y oscuridad.
Apaga las luces, deja que el crepitar de la hoguera sea tu compañía.
Esto es... terror junto a la hoguera.
¿Estás listo para quedarte hasta el final? El camino de la oscuridad.
Mi nombre es Lucas, y escribo esto mientras el cielo arde y el mundo se hunde en un caos que ni nuestras peores pesadillas podríamos haber imaginado.
Lo recuerdo bien. Aquel día estábamos celebrando el cumpleaños de Clara en la azotea cuando la televisión dio la noticia. La Tercera Guerra Mundial había comenzado.
Pensamos que estábamos preparados, pero nadie lo estaba, para lo que siguió.
Una explosión devastadora cubrió la ciudad, una nube tóxica, transformando a quienes respiraban aquel aire en criaturas sin alma, en monstruos hambrientos de carne humana.
Rápidamente, la fiesta se convirtió en una carrera desesperada por sobrevivir.
Junto a mis amigos, Clara, Marcos, Sofía y Dani, escapamos del edificio con lo poco que pudimos recoger.
En la radio, entre interferencias, se hablaba de un pueblo oculto en las profundidades de Guadalajara, un lugar apartado llamado Santa Magdalena, que parecía seguro, inmune a aquel horror.
Decidimos ir allí, esperanzados por esa frágil promesa.
El viaje fue una pesadilla constante. Los caminos estaban llenos de vehículos abandonados, cadáveres putrefactos y, lo peor, hordas de aquellas criaturas que alguna vez fueron humanos como nosotros.
En un ataque cerca de un viejo motel, perdimos a Sofía.
Puedo escuchar aún sus gritos desgarradores mientras la arrastraban hacia la oscuridad.
Intentamos ayudarla, pero fue imposible. Corrimos, dejando atrás parte de nuestra humanidad.
Las semanas se volvieron días borrosos y noches interminables, siempre con la amenaza del acecho.
En una gasolinera abandonada, Dani se sacrificó para salvarnos de una emboscada.
Su imagen, lanzándose contra aquellas bestias, quedó grabada en nuestras retinas para siempre.
Poco después, Clara enfermó. Una simple mordida, que ocultó con esperanza vana, terminó condenándola.
Marcos y yo tuvimos que dejarla atrás, atada y suplicando misericordia en una pequeña casa junto al camino.
El peso de nuestras decisiones comenzaba a consumirnos, tanto como aquellas criaturas.
Finalmente, después de semanas, Marcos y yo divisamos el cartel oxidado que daba la bienvenida a Santa Martalena.
Pero no encontramos la salvación, la salvación que esperábamos, sino un pueblo aparentemente vacío, inquietante y silencioso.
Las calles estaban demasiado tranquilas y el aire espeso y fétido. Nos indicaba que algo iba terriblemente mal.
Buscando refugio, entramos en la vieja iglesia del pueblo. Allí encontramos documentos y fotografías que contaban la oscura verdad.
Santa Martalena no era un santuario, era el origen mismo de la plaga. Una instalación militar enterrada bajo las calles.
Había experimentado con armas biológicas y la bomba, la bomba que cambió nuestro mundo, había salido precisamente desde este lugar maldito.
En ese momento, un sonido gutural rompió el silencio detrás de nosotros. Al darme la vuelta, vi los ojos de Marcos, ahora vacíos y hambrientos.
No supe cuándo había sido mordido, quizá en la desesperada huida hacia el pueblo, pero ya era demasiado tarde.
Intenté correr, pero Marcos se balanzó sobre mí con una fuerza sobrehumana. Sus dientes se hundieron en mi cuello mientras el mundo se volvió borroso.
Y ahora, mientras siento mi mente diluirse en la negrura del olvido, escribo estas últimas líneas con la esperanza de que alguien, algún día, sepa la verdad.
Santa Martalena no es la salvación, sino la condena.
Y nosotros...
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