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Los minutos del odio
Creando la trama -- Descubriendo a Nana

Creando la trama -- Descubriendo a Nana 5n1f5m

20/5/2025 · 08:45
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Los minutos del odio

Descripción de Creando la trama -- Descubriendo a Nana 2n6d32

Audio extraído del canal de Youtube de Fabián C. Barrio 6h3e5u

Lee el podcast de Creando la trama -- Descubriendo a Nana

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Crear una trama es como cavar con las uñas en tu propia carne hasta encontrar un nervio que tiemble.

Piensa en huir de una secuencia lógica de eventos, porque eso sería para burócratas narrativos.

Más bien, en hurdir una red de obsesiones, de heridas abiertas, de fantasmas que se arrastran por las páginas como borrachos por soy cowboy.

Una trama es una trampa, una mentira bien contada.

Es ese hilo con el que el escritor intenta coser los pedazos rotos de su mundo.

Pero el hilo siempre se enreda, y en ese enredo intentamos encontrar la verdad.

La trama es el mapa de una huida imposible, el rastro que deja alguien que ya no quiere ser encontrado pero que escribe igual, porque escribir es la única forma que tiene de no desaparecer del todo.

Pues hace 5 o 6 días no tenía ni idea de cómo iba a terminar la novela, pero es que ni puta idea.

Sabía que en algún momento iba a surgir en algún lugar ese final, me iba a ser revelado por las musas, pero no tenía ni idea de cómo ni cuándo.

Y esto puede llegar a ser muy frustrante, puede llegar a acojonarte.

¿Qué pasa si no tienes un final para la novela? Llegué muchas horas por Bangkok para intentar provocar esa revelación, y por fin llegó en la mezcla de una frase que me dijo alguien y una visita a un templo.

Ahí todo hizo clic en mi cabeza.

Y ni siquiera era una visita para buscar material para el libro, fue más bien una curiosidad turística.

Del mismo modo, el arranque de la novela no ocurrió hasta que no comí una ensalada de papaya verde, con sus aromas a ajo, jengibre y salsa de pescado fermentado.

Ese aroma, ese sabor, era lo que necesitaba para transportarme a la aldea de Isan, donde comienza la historia de Nana.

La trama es en sí un animal salvaje.

Quien diga que la planea con precisión, o está mintiendo o es un arquitecto de historias tan frío que debería dedicarse a los manuales de instrucciones.

Para mí construir una trama es más como seguir el rastro de algo que se escurre entre los dedos.

Comienza con una imagen, una frase, una escena borrosa en la que aún no sé quién está ahí ni por qué, pero siento que algo está a punto de romperse.

Un tipo fuma un cigarro en un balcón, alguien lo observa desde la calle y en esa tensión latente, en esa pausa antes de la tormenta, sé que hay una historia esperándome.

El sabor de un cuenco humilde de caldo, con una patita de pollo roída, puede ser el desencadenante perfecto para una parte importante de la trama.

Sinceramente yo no me fío de los escritores que tienen esquemas demasiado rígidos.

Son los mismos que en la vida real planifican cada aspecto de su existencia y cuando algo se sale de lo previsto se quedan paralizados.

La realidad jamás funciona así.

Hay caos, hay ruido, hay accidentes.

Si una trama no permite accidentes, no es una trama, es una carretera sin curvas y nadie recuerda un viaje así.

Para encontrar la historia lo mejor es lanzarse al mundo, permitir que te golpee.

Bangkok es un laboratorio perfecto para esto, aquí las cosas suceden sin previo aviso.

Hay una pelea en un mercado por un billete falso, una mujer que deja flores junto a un canal y murmura algo en un idioma que no comprendo.

Un niño que vende rosas en los bares y que, cuando cree que nadie lo mira, las huele con una dulzura inusual.

Son fragmentos sueltos, destellos que no significan nada hasta que de repente uno encaja con otro y ahí está la historia que estaba buscando sin saberlo.

En psicología existe un concepto fascinante, la pareidolia, ese mecanismo por el cual vemos caras en las nubes o figuras en las sombras.

El cerebro odia el caos y busca patrones incluso donde no los hay.

La trama nace de esa misma compulsión.

Los hechos dispersos de la vida cotidiana no tienen sentido por sí mismos, pero cuando los miras el tiempo suficiente, cuando los masticas en tu cabeza durante días o semanas, a veces años, empiezan a conectar de alguna forma, lo que parecía una casualidad se convierte en una causa.

Lo insignificante se vuelve inevitable.

A veces me pregunto si no es lo mismo que hacen las religiones, toman el caos de la existencia y lo convierten en una narrativa, una narrativa que podemos entender con facilidad.

Un dios que actúa, un destino que guía.

Pero yo no tengo dioses, solo personajes que se arrastran por las calles sucias de una ciudad ajena, buscando algo que nunca encuentran.

Una historia necesita conflicto y el conflicto más real no es el que se impone desde el principio.

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