
LETHANI 9º CUENTO: LA HOJA QUE NO SABÍA QUÉ CORTAR. 2u5y6p
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Historia 9. La hoja que no sabía qué cortar.
En una época en que los nombres del mundo todavía bailaban entre la sombra y la luz, existía una hoja de acero forjada en los fuegos de una fragua ya olvidada.
Su artesano, cuyo nombre era conocido sólo por el viento, había embuido en ella un propósito singular, ser la más afilada de todas, capaz de cortar cualquier cosa que deseara.
Pero al terminar su labor, el artesano dejó la hoja sin una mano que la guiara, ni un adjetivo que cumplir, ni un propósito.
Durante años, la hoja permaneció inmóvil, olvidada en un cofre que olía a tierra húmeda, y a tiempo antiguo.
Un día, el cofre fue añado por un niño que jugaba contra un río de aguas tranquilas.
Fascinado por su brillo, el niño tomó la hoja y corrió hacia su aldea.
Pero cuando trató de usarla, la hoja no cortó nada, ni el hilo de una cuerda, ni la corteza de un árbol, ni siquiera una brinda de pasto.
La hoja comenzó a precuestionar su existencia.
¿Qué soy, si no puedo cortar nada? ¿Qué propósito tengo, si ni siquiera sé qué es lo que debo cortar? El niño, curioso por la inutilidad del objeto, lo entregó a un anciano en la aldea.
El anciano, que había sido herrero en sus días de juventud, observó la hoja bajo la luz de la luna.
Con cada destello, parecía hablarle.
Así, el anciano dijo, no es la hoja la que corta, sino la voluntad de quien la empuña.
Pero tú, pequeña hoja, no pareces haber encontrado aún la verdad que buscas.
Intrigada, la hoja pidió saber más, aunque no supiera cómo.
Durante las noches siguientes, el anciano la llevó consigo, mostrándole cosas que el acero nunca había tocado.
La delicadeza de un pétalo, la fragilidad de una traraña, la quietud del agua en un cuenco, y al final de todo, le mostró una única lágrima, cayendo desde sus propios ojos.
A veces, cortar no es dividir.
A veces, el filo más poderoso es aquel que puede elegir no herir.
Con el tiempo, la hoja aprendió a escuchar más allá de las palabras, entendiendo lo que debía ser cortado.
La cuerda de la desesperanza, la venda de la indolencia, el nudo del rencor.
Cada vez que lograba hacerlo, brillaba con un fulgor que no era luz, sino comprensión.
La hoja, que una vez no sabía qué cortar, se convirtió en un filo que encontraba a propósito en lo invisible, dejando marcas que ningún ojo podía ver, pero que todos los corazones podían sentir.
El poder sin propósito es vacío, y la elección de no herir puede ser el acto más afilado de todos.
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