
Descripción de Napoléon derrotado por conejos 504h3f
El gran conquistador de Europa sufrió la derrota más humillante de su vida ante un ejército inesperado. 4f1m57
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En 1807 Napoleón era el señor de Europa.
Engrandecido por su genio militar y istrativo, nadie podía hacerle sombra aunque los ingleses fueran un incordio continuado.
Dos años después de la batalla de Austerlitz, el genio Corso pensó que bien se merecía una jornada de asueto y divertimento que ahogaran los pequeños insabores del día a día, sin los cuales no habría llegado a la altura sobre lo que observaba el mundo.
Así pues, Napoleón ordenó a su jefe de gabinete, Alexandre Berthiault, que organizara un almuerzo seguido de una batida de conejos.
Éste se dispuso a la tarea.
Normalmente a tales fines se compran conejos salvajes que una vez liberados huyen por las tierras seguidos por los entusiastas cazadores.
Sin embargo Berthiault compró conejos domésticos junto a otros que confiscó de las granjas aledañas hasta alcanzar la cifra de 3.000 conejos domésticos.
Estos conejos, sin saber de qué iba la vaina, eran presa de la ansiedad.
Ante ese panorama, ¿qué podía salir mal? Llegado el día de autos, liberaron a los conejos, pero éstos, lejos de huir, se lanzaron en tropela hacia los cazadores.
El general militar Paul Thibault relata cómo los conejos se reunían en tropela en torno a ellos.
Al principio se echaron a reír, ¡pero eran 3.000 conejos! Cuando sonaron los primeros disparos, los conejos entraron en pánico y furia y atacaron a los cazadores.
Al haber tantos, las escopetas y bayonetas ya eran inútiles, tantos que era imposible matarlos de uno en uno.
Tuvieron que sacar las fustas y las espadas y aún así las perdían ante la furia conejil.
Consiguieron al cabo de unos instantes contener a unos cuantos, pero la mayoría seguía balanzándose sobre los guerreros del conquistador.
Tanto es así que los cazadores tuvieron que correr despavoridos a refugiarse en los carruajes.
Relata Thibault, los intrépidos conejos doblaron el flanco del emperador, atacándolo frenéticamente por la retaguardia, negándose a abandonar sus tierras, amontonándose entre sus piernas hasta hacerle tambalear y obligando al conquistador de conquistadores a retirarse exhausto, dejándoles en posesión de su territorio.
Y es que los conejos entendían las maniobras napoleónicas mejor que sus generales.
Se dividieron en dos y atacaron por los flancos los carruajes y a los que no podían refugiarse en ellos, evitando además, por el gran número, una retirada coordinada de los cazadores.
Estoy seguro que Napoleón en ese momento debía estar flipándolo mucho.
Seguro que pensó que si llevará a estos conejos a la batalla y no a sus generales, no es que conquistara Europa, es que conquistaba el mundo.
Al final, teniendo no pocas bajas por heridos, el corso ordenó la retirada y los hombres que dictaban el destino de Europa tuvieron que huir, vencidos en batalla campal por un ejército de conejos domésticos.
Hoy en día creemos que podemos doblegar la naturaleza a los designios del hombre y los ecos que nos llegan del pasado nos recuerdan la futilidad de esta idea.
Y con esto me despido hasta dentro de una semana, deseándoos, como siempre, lo mismo.
Sed felices.
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