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Espanto
No cesa

No cesa 1g2z30

17/5/2025 · 39:18
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Espanto

Descripción de No cesa 72j63

Acólitos del terror… Esta noche, abrimos las puertas a una historia donde el agua no limpia ni arrastra: devuelve. Lo que alguna vez se perdió bajo las olas no descansó… esperó. Una mujer sola. Una casa frente al mar. Y una carta —empapada, deformada, imposible— que la marea empuja hasta su puerta. Solo cinco palabras: No mires al agua. Pero, ¿cómo ignorar lo que llama desde lo profundo? ¿Cómo cerrar los ojos cuando lo que acecha tiene el rostro de un hermano muerto hace años? Esta historia no habla del mar. Habla de lo que se arrastra fuera de él. Prepárense, acólitos. Lo que van a oír… no cesa. 1g4l30

Lee el podcast de No cesa

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Pero cesa lo que daba rastro de él, solo la mano anegado de sal y un silencio espeso flotando sobre las olas.

Durante tres meses el océano no pronunció su nombre.

Durante tres meses Clara se obligó a aceptarlo.

Mateo estaba muerto.

Se lo tragó la marea una noche sin luna y eso era todo.

No había cuerpo que enterrar, no había tumba a la que llevar flores, solo el sonido del viento urulando entre los acantilados y el eco vacío de una silla vacía en la mesa.

Entonces llegó la carta.

La encontró en la entrada de su casa, una noche en que el aire olía a tormenta.

El sobre estaba húmedo, con los bordes amarillentos y pegajosos, como si hubiera sido sacado del agua y dejado secar.

No tenía remitente, no tenía sello, solo su nombre garabateado con una caligrafía que conocía demasiado bien.

Escalofrío le recorrió la espalda mientras deslizaba el dedo bajo la solapa y extraía el papel del interior.

La tinta estaba corrida, pero las palabras seguían allí, impregnadas en la fibra como un susurro impregnado en la madera.

No mires el agua.

Cuatro palabras, nada más.

El papel chorreó entre sus dedos.

El olor a sal y algas podridas le llenó la nariz, tan intenso que tuvo que apartar la carta como si le quemara la piel.

Sintió una punzada en el estómago, la misma sensación que tuvo cuando le dijeron que habían encontrado la barca vacía, la misma certeza de que algo estaba profundamente mal.

Mateo estaba muerto, y sin embargo le había escrito.

Fuera, el viento cambió de dirección silbando a través de las gritas en la madera del porche.

En la distancia, las olas rompieron contra las rocas con una violencia inusual, un sonido hueco y reverberante, como un golpe de algo blando contra algo más duro.

Clara sintió el impulso de correr hasta el puerto, de mirar hacia la bahía para convencerse de que todo esto era un mal sueño, pero no lo hizo, porque la carta aún goteaba en su mano, y porque Mateo le había dicho que no mirara a la bahía.

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