Los paraguas de Cherburgo # 1964 # La Magia del Musical e1z13

Las palabras del informante, con su armoniosa y melódica voz, me lanzaron a una turbamulta que andaba compasada y sin ser consciente de los acontecimientos. Aún había algo que se me escapaba, pero una mezcla incorrecta de alcohol y golpes hacía que en mi cabeza todo fuese una caverna oscura y que retumbase como si alguien estuviese tocando tambores en lo profundo. Las piernas casi no me sostenían, andaba casi como si flotase enfebrecido, te estabillaba de esquina en esquina porque los tipos duros no bailan, más bien llegado al caso se arrastran.

El caso se estaba yendo por el rotrete, tanto vuelta es una espiral infinita como un derviche tourné que giras sobre la espina dorsal al son de los cascabeles del katakari en el momento de sacarlo todo a la luz y dejar que explotase. Y aún así, aunque algunas cosas en la vida son malas y pueden hacerme enojar, no me voy a quejar y voy a silbar. Y como dice la vieja canción, siempre mira el lado bueno de la vida.

Supongo que esa es la verdadera magia, la magia del musical, de Iniciativa Spot. Hoy, en Pinkerton Podcast, el caso de los paraguas de Cherburgo.

Antes de empezar con lo que nos ocupa hoy, quiero hacer un pequeño elogio del musical. En realidad, nunca he entendido a la gente que dice que no le gusta el musical porque de repente la gente se pone a cantar a bailar y que eso no es realista. Bueno, tampoco son realistas los magos, no son realistas los superhéroes, por muy realistas que los quieran hacer gente como Matt Reeves y Nolan.

Las películas de acción no son realistas. Cuando el héroe se cae diez pisos rodando por unas escaleras o lo que sea, recibe cinco tiros y se levanta con un rasguñito. En general, el cine está lleno de esto. Es lo que hacemos cuando entramos en una sala. Aceptamos lo que nos van a contar, aceptamos que van a poner un montón de recursos al servicio de contarnos una determinada historia de géneros muy distintos, que nos van a poner en un barco en mitad del mar sorteando el oleaje, en mitad de las grandes praderas cabalgando entre indios y vaqueros, en un drama terrible o en tantas y tantas situaciones. ¿Y sabéis qué? En muchas películas, además, hay música y nadie parece quejarse de que cuando los protagonistas se dan un beso, de repente de fondo suba la música interpretada por la Sinfónica de Londres, que casualmente pasaba por allí en un ambiente totalmente realista y se dedicó a tocar, claro, para reforzar el momento, sí, sí. Y creo que precisamente lo que tiene de interesante el cine musical es su vocación de no-realismo.

Es el género que más explícitamente renuncia a la realidad, bien por ello, porque cuando vamos al cine, como decía Nolan, en el truco final queremos ser engañados, pues en ese sentido el musical es la apuesta máxima. Es un género absolutamente cinematográfico, presidente por la combinación de imagen en movimiento, el baile, y las canciones, la música, con una intención narrativa, a veces con la función de darnos a conocer a los personajes.

Nos meten ritmo, energía, alegría, tristeza, todo potenciado por esa combinación de imágenes y de música. Es un género, eso sí, absolutamente estilizado. En su renuncia a la realidad, de hecho, era uno de los géneros favoritos de los grandes artistas surrealistas de principios del siglo XX. Les fascinaba esa ruptura con la realidad, era lo que encontraban atractivo, del mismo modo que les fascinaba la comedia, esa comedia del tartazo en la cara. Cosas que no pasan en la vida real, cosas que hacen que