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CREANDO UNA NUEVA REALIDAD
LA PUERTA OCULTA BAJO EL PALADAR

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25/4/2025 · 25:23
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CREANDO UNA NUEVA REALIDAD

Descripción de LA PUERTA OCULTA BAJO EL PALADAR cj54

Lo sabían los monjes, lo cantaban los sufíes, lo respiraban los taoístas y lo invocaban los yogis en lo más profundo de su silencio. A lo largo de milenios, en distintas partes del mundo, seres entregados al misterio descubrieron un gesto común: la lengua tocando el cielo de la boca. Pero no era un simple gesto: era un acto sagrado, un llamado secreto que activaba el templo interno 1f4x62

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Hubo un tiempo en que el cuerpo hablaba un lenguaje sagrado, un tiempo en que la lengua no sólo era para nombrar el mundo, sino para abrirlo desde dentro.

No lo aprendieron en libros, no lo escucharon en templos.

Lo descubrieron en el silencio, en la quietud absoluta, cuando al elevar la lengua al cielo del paladar, algo vibraba.

Los antiguos lo llamaban el sello de lo divino, una puerta que no se abría hacia afuera, sino hacia lo más profundo del ser.

En las montañas del Himalaya, los yoguis lo practicaban con devoción.

En cuevas escondidas de China, los sabios del Tao meditaban sobre esta unión secreta.

Incluso en el desierto, los místicos cristianos hablaban de un cielo dentro de la boca, un lugar donde la carne se convertía en altar y el aliento en oración.

Pero el tiempo pasó, las palabras gritaron y el susurro fue olvidado.

Hoy, pocos recuerdan que, bajo la lengua, justo donde la conciencia reposa, vive un portal oculto.

No lo verás con los ojos, pero si lo haces bien, algo se abre.

No afuera, adentro.

Cierra los ojos un momento y lleva tu atención a lo alto de tu boca, más allá del paladar duro, allí donde la superficie se vuelve blanda, curva y casi ingrávida.

Ese lugar es el umbral, el paladar blando, un tejido vivo que cuelga como un velo entre dos mundos.

El mundo del habla y el del silencio.

El de lo físico y lo sutil.

No es casual que las antiguas escrituras lo llamaran el cielo en la boca, porque cuando lo tocas con tu lengua, algo sucede.

Allí nace el puente, un hilo dorado que desciende sutilmente hasta el corazón y desde ahí hasta el vientre más profundo.

Este lugar está íntimamente conectado con el nervio vago, una de las fibras más enigmáticas de tu cuerpo.

No lleva solo señales eléctricas, lleva memorias, emociones, ecosalma.

Al activar el paladar blando, despiertas un hilo de oro que desciende por tu columna como un río oculto, calmando tu sistema, aquietando tu mente, despertando lo que estaba dormido.

¿Lo sabían los antiguos? Claro que sí.

Por eso lo llamaban la puerta, porque sabían que abrirla no era mover un músculo, era abrir una dimensión.

Y en esa dimensión, la respiración ya no es solo aire, es aliento, es espíritu.

Porque no hay camino hacia adentro que no atraviese antes el silencio, y es en ese silencio donde esta puerta se activa, no con fuerza, sino con presencia, no con palabras, sino con reverencia.

Al elevar la lengua hacia el paladar blando, el cuerpo lo reconoce no como una acción, sino como un reencuentro.

Es un gesto primitivo, más antiguo que la palabra, más íntimo que cualquier plegaria.

Y cuando la lengua reposa allí, como si recordara un hogar olvidado, el aliento comienza a cambiar, se vuelve más lento, más redondo, más sagrado.

Los monjes tibetanos hablaban de este lugar como la campana del vacío, una cavidad que resonaba con los cantos internos del alma.

Y los sabios taoístas lo describían como el palacio del néctar, un lugar donde, si el silencio es profundo, una gota dulce puede descender, llenando todo el cuerpo de vida sutil.

Porque lo que toca esta puerta no es solo la lengua, es tu intención, tu fe corporal, tu apertura al misterio.

Y cuando la lengua se vuelve llave, el paladar se vuelve templo.

Allí comienza la alquimia.

Allí el cuerpo recuerda que está vivo, pero no solo vivo para moverse, para vibrar, para orar sin palabras, para abrirse desde dentro.

Lo sabían los monjes, lo cantaban los sufíes, lo respiraban los taoístas y lo invocaban los youguis en lo más profundo de su silencio.

A lo largo de milenios, en distintas partes del mundo, seres entregados al misterio descubrieron un gesto común, la lengua tocando el cielo de la boca.

Pero no era un simple gesto, era un acto sagrado, un llamado secreto que activaba el templo interno.

En India, los practicantes del Khechari Mudra entrenaban durante años para llevar la lengua más allá del paladar, penetrando los reinos ocultos del cráneo, donde decían se esconde el néctar de los dioses.

En Persia, los derviches giraban sin cesar, pero su lengua siempre en reposo, apuntando al cielo de la boca, para mantener el eje de la divinidad alineado.

En los monasterios del Tíbet, los cantos armónicos

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