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Terror junto a la hoguera
El Demonio de Semana Santa - Parte I: Jueves Santo

El Demonio de Semana Santa - Parte I: Jueves Santo 6r1pr

17/4/2025 · 06:46
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Terror junto a la hoguera

Descripción de El Demonio de Semana Santa - Parte I: Jueves Santo 6h1t

La Semana Santa ha comenzado… pero no todas las procesiones son de fe. En este primer episodio de la saga El Demonio de Semana Santa, el inspector Darío Vergara se enfrenta a un crimen espeluznante: un sacerdote aparece brutalmente asesinado, con símbolos satánicos tallados en su carne y una puesta en escena tan precisa como blasfema. Cuando una monja es crucificada esa misma noche en el campanario del convento, Darío entiende que esto no es obra de un asesino común… sino el inicio de un ritual oscuro que sigue una liturgia infernal. Cada día santo traerá una nueva muerte. Cada muerte, una llave. Y el verdadero horror… aún no ha despertado. Terror junto a la Hoguera te da la bienvenida a una historia donde la fe se tuerce, el demonio avanza… y el fuego revela más de lo que oculta. ¿Te atreves a escuchar lo que ocurrió el Jueves Santo? 5d6q

Lee el podcast de El Demonio de Semana Santa - Parte I: Jueves Santo

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Bienvenido, te acercaste al fuego buscando calor, pero lo que encontraste fue algo muy distinto.

Las historias que escucharás se envolverán en un manto de misterio, miedo y oscuridad.

¡Apaga las luces! Deja que el crepitar de la hoguera sea tu compañía.

¡Esto es terror junto a la hoguera! ¿Estás listo para quedarte hasta el final? El demonio de Semana Santa. Dicen que durante la Semana Santa, cielo se abre, pero también lo hace el infierno.

Cuando las calles se llenan de incienso, velas y rezos, las sombras más antiguas se arrastran entre los pasos penitentes.

Hay rituales que no se hacen para salvar el alma, sino para traer de vuelta algo que duerme, algo que sangra fe.

Este no es un relato sobre rendención. Es una cruz invertida grabada con gritos.

Una historia escrita en piel, desatada en cuatro noches malditas.

Cueve Santa. Mientras la ciudad dormía bajo la falsa paz de la tradición, una oscuridad antigua y olvidada comenzaba a moverse entre los muros de piedra y callejones empedrados.

No era solo una noche sagrada. Era el inicio de una ofrenda.

El inspector Darío Vergara encendió otro cigarrillo al pie del altar improvisado que había encontrado en un viejo almacén abandonado del barrio de San Cristóbal.

Frente a él, colgado por los tobillos, un cuerpo desollado goteaba sangre sobre un círculo de símbolos tallados en hueso humano.

Las llamas de las velas temblaban como si respiraran. Era el tercer cuerpo en lo que iba del mes, pero este, este tenía algo distinto.

Todo comenzó esa misma mañana, en la iglesia del Cristo de los Dolores.

El párroco Padre Lías nunca llegó a la misa. Lo encontraron en la sacristía, de rodillas, con los ojos arrancados y una corona de espinas atravesando su garganta como una soga infernal.

En su pecho, tallado con precisión quirúrgica, estaba el símbolo de un pentagrama. Un pentagrama invertido, pero con un detalle perturbador. Cada una de sus puntas estaba marcada con las letras INRI.

El asesino estaba enviando un mensaje, mensaje blasfemo. Cuidadosamente calculado, el asesino no improvisa. Hay un patrón, y nos lo está dejando claro.

¿Cuántos símbolos cristianos puede profanar en una sola semana? Comentó el inspector Vergara, con su característica voz grave y cansada.

¿Y si no es un asesino? ¿Y si es una secta? Mire esto. Encontraron pelos humanos en la boca del cura, y no eran suyos, comentó preocupado el oficial Romero.

Pero no, no era una secta. No en el sentido tradicional. El mal, caminaba esa semana santa, tenía un nombre antiguo. Un demonio que sólo podía manifestarse cuando la fe de la gente era más fuerte, para convertirla en su reflejo.

Su nombre era Zaxer, un ente que se alimentaba de lo sagrado, un parásito, un parásito de la devoción. El poseído, aún desconocido, ya tenía sus ojos puestos en la siguiente víctima.

Mientras tanto, una joven llamada Sor Clara, novicia del comento de las hermanas de la compasión, rezaba en silencio frente al altar mayor, completamente sola.

Unas horas más tarde, los vecinos escucharon un canto gutural, y un chillido, que partió a la noche en dos.

Al llegar, la policía encontró a la monja crucificada en el campanario, los párpados cosidos, la boca llena de hostias consagradas, y su cuerpo cubierto de aceite de unción, como si fuera una vela humana, lista para arder, y en su espalda, escrita con sangre.

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