Lectura del Evangelio y Meditación diaria. Miércoles, 28 de mayo de 2025. Padre Javier Siegrist t5o5r

Del corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras, en unión con Él por la redención del mundo. Señor mío y Dios mío Jesucristo, por el corazón inmaculado de María me consagro a tu corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu santo sacrificio del altar. Con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu reino. Te pido en especial por el Papa y sus intenciones, por nuestro Bispo y sus intenciones, por nuestro párroco y sus intenciones. Oh, Señora mía, oh, Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti. Y en plena de mi filial afecto te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón.

En una palabra todo mi ser, ya que soy todo tuyo, oh, Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén. Nuestra Señora de los Apóstoles rega por nosotros.

Vamos a contemplar este Evangelio llegando ya al final del tiempo de la Pascua antes de la Ascensión, donde, como decía la Iglesia, nos pide que miremos hacia el cielo, que levantemos la mirada y que vivamos esa vida de la Resurrección. Dice la oración colecta, escucha Señor nuestra oración y concédenos que así como celebramos en la fe la gloriosa Resurrección de Jesucristo, cuando Él vuelva con todos sus santos, podamos alegrarnos con su victoria. Ya nos quedamos contemplando con actitud de espera casi escatológica. Escucha Señor nuestra oración y concédenos que así como celebramos en la fe la gloriosa Resurrección de Jesucristo, cuando Él vuelva con todos sus santos, podamos alegrarnos con su victoria.

Pensamos ya en la Parusía, la Vuelta Definitiva al final de los tiempos, el triunfo final de Jesucristo. Nos quedamos mirando al cielo como en la actitud de la Resurrección, de la Ascensión, mirando hacia la vida eterna y esperando la consumación de la redención en el momento final, cuando el Señor vuelva con todos sus santos y podamos alegrarnos con su victoria. O sea que el motivo de la alegría definitiva sea precisamente esa victoria de Jesucristo. A mí me parece que esto es algo muy grande, muy grande, porque efectivamente lo que queremos es eso, alcanzar la gloria de la Resurrección, pero en plenitud, cuando el Señor lo sea todo en todos y haya vencido definitivamente en esa posición, yo diría, como de mirada de la Resurrección y de la victoria final.

La victoria final es que no nos entra en la cabeza qué significa eso, porque es la victoria definitiva cuando ya no haya ni sufrimiento, ni muerte, ni llanto, ni luto, ni dolor, solo quede la vida, la vida en plenitud. Bueno, pues dice el Evangelio que la Iglesia nos propone para este día, que nos regala, dice, les dijo el Señor, mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.

Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso os he dicho recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Es bien bonito este Evangelio, donde indica esa acción del Espíritu Santo de completar o de llevarnos a comprender lo que ya se ha dicho en la revelación. O sea, dice Jesús, mucho me queda todavía por deciros. Entonces uno piensa, bueno, entonces la revelación no ha terminado con la muerte del último apóstol. Y sí, sí ha terminado, la revelación se cierra, eso dice el Catecismo de la Iglesia Católica, la revelación se cierra con la muerte del último apóstol.

Pero la tradición es capaz de ir sacando, guiada por el Espíritu Santo, ir sacando de ahí precisamente del Evangelio y de la Palabra de Dios, va sacando distintas ideas, distintas convicciones que viene bien ir clarificando. Y eso es lo que la Iglesia hace en toda la historia de los dogmas. De hecho es bonito porque cuando muere el último apóstol no se ha proclamado dogmáticamente nada. Empiezan luego a hacerse las reuniones de la Iglesia guiada por el Espíritu Santo.