LETHANI 1º EL RIO Y EL ARBOL. 6j5j4h

Historia 1 El río y el árbol Había un río, no uno cualquiera, sino un río ancho y antiguo, cuyas aguas parecían saber adónde iban incluso cuando se agitaban con furia.

En la curva de ese río, donde el sol apenas acariciaba la tierra, crecía un árbol.

Era un árbol alto, de tronco grueso y raíces profundas, anclado con firmeza en la ribera.

Había estado allí desde que tenía memoria, y eso, según él, era tiempo suficiente como para comprender el mundo.

Una tarde, el río habló con su incesante murmullo.

—¡Eres fuerte, sí, pero rígido! La voz del agua era como un cuchillo que corta sin esfuerzo.

—¡Cuando crezca, con las lluvias, arrancaré tus raíces y te llevaré conmigo! El árbol no se inmutó.

—¡Mis raíces alcanzan la roca misma! ¡Nada puede moverme, no el viento, no el agua! Pasaron los días, llegaron las lluvias y el río cumplió su promesa.

Sus aguas subieron, oscuras y espumosas.

Golpearon al árbol con una fuerza que habría hecho temblar a cualquier otra cosa viva.

Resistió, como siempre lo había hecho, hasta que, poco a poco, sintió que algo cedía.

—¡Te advertí! susurró el río, implacable, mientras sus aguas se arremolinaban en las raíces del árbol.

Entonces habló el junco, que crecía bajo la sombra del árbol.

Su voz era casi un susurro, tan suave como el roce de una brisa.

—¡Mira cómo me doblo! El agua no puede arrancarme, porque no me resisto, no lucho contra ella, me dejo llevar y, cuando se va, sigo siendo yo.

El árbol, orgulloso, quiso ignorar las palabras, pero la presión del río le hizo escuchar.

Lentamente, permitió que sus ramas se inclinaran, cedió, pero no se rompió, y cuando el río finalmente volvió a sus cauces, el árbol seguía en pie.

El río pasó, como siempre lo hace, y habló una última vez.

Siempre creí que la fuerza era rígida, pero ahora veo que la verdadera fortaleza está en el equilibrio.

La lección, el letaní, no es un camino fijo, ni un código rígido que deba seguir, es escuchar, es aprender cuando ceder y cuando no.