
Nuestro Aperitivo es hoy un regalo: una ficción de un texto de José Luis Martín Descalzo, gracias a Rodolfo y Mercedes 40k56
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Las cosas tuvieron miedo, un texto de José Luis Martín Descalzo, en las voces de Rodolfo Fernández y Mercedes Ahijado es todo un regalo para nuestros oyentes del Aperitivo. 3m5f58
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Mientras escribo, escucho el requiem de Jean Gilles, que se estrenó el día de sus funerales, pero contaba tan sólo 37 años. Suena el kirie, después de un largo introito que comienza con unos toques secos de tambor, y sin querer me sumerjo en una calle estrecha donde salgo al encuentro de un grupo de jóvenes que se entrenan para llevar el paso de su hermandad cuando lleguen los días de la Semana Santa.
Reina el silencio, a pesar de que sólo es un ensayo, para acompasar sus pasos, para soportar el peso, para escuchar las órdenes, para comenzar a sentir. No llevan el paso titular, sólo una estructura de hierro y madera similar en peso y medidas a la que portará a su Virgen o a su Cristo, repleta de vigas de hormigón o sacos de arena. Cada uno carga sobre sus hombros de 35 a 40 kilos.
¿No habéis pecado para soportar tanto sacrificio, les digo? Mejor de eso no hablar, me contestan sonriendo, descachan y charlamos un rato. De verdad que los respeto. Algunos salen hasta cuatro días con distintas hermandades. Las procesiones son largas, de horas infinitas en silencio bajo el peso del paso, codo con codo, hombro con hombro, en un ambiente denso y espeso, a pesar de las rejillas de los respiraderos.
Vale la pena, me dicen, piensas en tu vida, algunos también en su fe, otros mantienen la tradición de sus mayores o cumplen una promesa sagrada que llevan oculta en su corazón. Y va recorriendo los días de pasión en sus imágenes procesionadas y adornadas con exquisita riqueza, expresión devocional de un pueblo que vibra, misterio de vida y de muerte, misterio de resurrección.
Y sin querer pienso en la Iglesia, en los del Cuerpo de Cristo lacerado, en los que gritan con los ramos y desaparecen, en los Anás y Caifás, en los Sallanes, en las Marías, en los que vocean con la cara desencajada en la soltadesca y la ruindad de Poncio Pilato, en su mujer que le susurra al oído, en los tres amigos dormidos, en las Verónicas, en los discípulos de la noche, Nicodemo y José, que por fin dan la cara cuando tenían todo que perder, en los que huyen y en los que contemplan desde el borde del camino el espectáculo mientras comen pipas.
Queridos costaleros, también costaleras, esto es la Iglesia, y vosotros, como tantas personas bautizadas, soportáis el peso en silencio, ocultos, casi sin poder respirar, sufriendo cada paso, dudando muchas veces, pero manteniendo la tradición, con vuestro servicio desinteresado, para que otros se fijen sólo en lo externo, en lo exuberante, en la belleza artística, y todo para que pueda seguir su curso.
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