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Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020 o49e
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Espacio donde semanalmente comparto una reflexión al Evangelio Dominical y a las fiestas del Señor y de la Virgen María. 5k3u5w
Espacio donde semanalmente comparto una reflexión al Evangelio Dominical y a las fiestas del Señor y de la Virgen María.
Jesucristo, Rey del Universo
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
«La liturgia de hoy nos ivita a fijar la mirada en Jesús como Rey del Universo. La hermosa oración del prefacio nos recuerda que su reino es ‘reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia , de amor y de paz». Las lecturas que hemos escuchado nos muestran como Jesús ha realizado su reino, como lo realiza durante la historia, y qué nos pide a nosotros. Sobre todo, cómo Jesús ha realizado el reino: lo ha hecho con cercanía y ternura hacia nosotros. Él es el pastor del cual ha hablado el profeta Ezequiel en la Primera lectura. Todo este párrafo se encuentra entrelazado de verbos que indican la premura y el amor del pastor hacia su rebaño: buscar, controlar, reunir a los dispersos, conducir al prado, hacer reposar, buscar a la oveja perdida, reconducir la, fajar la herida, curar a la enferma, tomarse cuidado, pastorear. Todas estas actitudes se volvieron realidad en Jesucristo: Él realmente es el ‘gran pastor de las ovejas y cuidador de nuestras almas’. Y todos los que en la Iglesia estamos llamados a ser pastores, no podemos apartarnos de este modelo, si no queremos volvernos mercenarios. Sobre esto el pueblo de Dios posee un olfato infalible para reconocer los buenos pastores y distinguirlos de los mercenarios. Después de su victoria, o sea después de su Resurrección, ¿cómo Jesús realiza su reino? El apóstol Pablo, en la Primera carta a los Corintios dice: ‘Es necesario que Él reine hasta que no haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies’. Es el Padre que poco a poco somete todo al Hijo, y al mismo tiempo el Hijo somete todo al Padre. Jesús no es un rey como los de este mundo. Para Él reinar no es mandar, pero obedecer al Padre, entregarse a Él, para que se cumpla su designio de amor y salvación. Así hay plena reciprocidad entre el Padre y el Hijo. Por lo tanto el tiempo del reino de Cristo es el largo tiempo de la sumisión de todo al Hijo y de la entrega de todo al Padre. ‘El último enemigo a ser aniquilado será la muerte’. Y al final, cuando todo habrá sido puesto bajo la realeza de Jesús, y todo, también el mismo Jesús, habrá sido sometido al Padre, Dios será todo en todos. (cfr 1 Cor 15, 28). El Evangelio nos dice lo qué nos pide el reino de Jesús: nos recuerda que la cercanía y la ternura son la regla de la vida también para nosotros, y sobre esto seremos juzgados. Este será el protocolo de nuestro juicio. Es la gran parábola del juicio final de Mateo 25. El rey dice: ‘Venid benditos del Padre mio, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me dieronde comer, tuve sed y me dieron de beber, era un extranjero y me acogieron, estaba desnudo y me vistieron, enfermo y visitado, en la cárcel y me visitaron. Los justos preguntarán: ¿cuándo hemos hecho todo esto? Y Él responderá: ‘En verdad yo les digo: todo lo que han hecho a uno solo de estos mis hermanos más pequeños lo han hecho a mi’. (Mt 25,40). La salvación no inicia por la confesión de la realeza de Cristo, sino de la imitación de las obras de misericordia mediante las cuales Él ha realizado el Reino. Quien las cumple demuestra de haber acogido la realeza de Jesús, porque ha hecho espacio en su corazón a la caridad de Dios. En el ocaso de la vida seremos juzgados sobre el amor, sobre la proximidad y la ternura hacia nuestros hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o menos en el reino de Dios, nuestra colocación en uno o en otro lado. Jesús con su victoria nos ha abierto su reino, pero depende de cada uno de nosotros entrar, ya iniciando en esta vida. El reino inicia ahora, haciéndonos concretamente cercanos al hermano que nos pide pan, vestido, acogida y solidaridad. Y si realmente amaremos a aquel hermano, a aquella hermana, seremos empujados a compartir con él o con ella lo que tenemos de más hermoso, o sea Jesucristo y su Evangelio. Hoy la Iglesia nos pone a los nuevos santos como modelos, que justamente mediante las obras de una generosa dedicación a Dios y a los hermanos, han servido, cada uno en el propio ámbito, al reino de Dios y se han vuelto herederos. Cada uno de estos ha respondido con extraordinaria creatividad al mandamiento del amor de Dios y del prójimo. Se han dedicado sin ahorrar esfuerzo, al servicio de los últimos, asistiendo a los indigentes, enfermos, ancianos, peregrinos. Su predilección para los pequeños y los pobres fue el reflejo y la medida del amor incondicional a Dios. De hecho han buscado y descubierto la caridad en la relación fuerte y personal con Dios, de la cual se desprende el verdadero amor al prójimo. Por ello en la hora del juicio, han escuchado esta dulce invitación: ‘Venid, bendecidos del Padre mio, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde el inicio del mundo”. (Mt 25,34). Con el rito de canonización, una vez más hemos confesado el misterio del reino de Dios y horado a Cristo Rey, pastor lleno de amor por su rebaño. Que los nuevos santos con su ejemplo e intercesión, hagan crecer en nosotros la alegría de caminar en la vía del Evangelio, la decisión de tomarlo como brújula de nuestra vida. Sigamos sus huellas, imitemos su fe y su caridad, para que nuestra esperanza se revista de inmortalidad. No nos dejemos distraer por otros intereses terrenos pasajeros. Y nos guíe hacia el reino de los cielos, la Madre, María, Reina de todos los santos. Amén».
13:03
Domingo XXXIII T.O: IV Jornada Mundial de los Pobres “Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, Jesús nos narra otra parábola del juicio. Nos acercamos a la fiesta del Adviento y, por tanto, el final del año litúrgico está cerca. Dios, dándonos la vida, nos ha entregado también unas posibilidades -más pequeñas o más grandes- de desarrollo personal, ético y religioso. No importa si uno tiene mucho o poco, lo importante es que se ha de hacer rendir lo que hemos recibido. El hombre de nuestra parábola, que esconde su talento por miedo al amo, no ha sabido arriesgarse: «El que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor» (Mt 25,18). Quizá el núcleo de la parábola pueda ser éste: hemos de tener la concepción de un Dios que nos empuja a salir de nosotros mismos, que nos anima a vivir la libertad por el Reino de Dios. La palabra "talento" de esta parábola -que no es nada más que un peso que denota la cantidad de 30 Kg de plata- ha hecho tanta fortuna, que incluso ya se la emplea en el lenguaje popular para designar las cualidades de una persona. Pero la parábola no excluye que los talentos que Dios nos ha dado no sean sólo nuestras posibilidades, sino también nuestras limitaciones. Lo que somos y lo que tenemos, eso es el material con el que Dios quiere hacer de nosotros una nueva realidad. La frase «a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mt 25,29), no es, naturalmente, una máxima para animar al consumo, sino que sólo se puede entender a nivel de amor y de generosidad. Efectivamente, si correspondemos a los dones de Dios confiando en su ayuda, entonces experimentaremos que es Él quien da el incremento: «Las historias de tantas personas sencillas, bondadosas, a las que la fe ha hecho buenas, demuestran que la fe produce efectos muy positivos (…). Y, al revés: también hemos de constatar que la sociedad, con la evaporación de la fe, se ha vuelto más dura…» (Benedicto XVI).
12:29
Día de la Iglesia Diocesana 2020
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
“Somos lo que tú nos ayudas a ser. Somos una gran familia contigo” es el lema del Día la Iglesia Diocesana que se celebrará este año el día 8 de noviembre. El secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia invita a colaborar con tu parroquia aportando lo que tenemos: tiempo, cualidades, colaboración económica y oración. Somos lo que tú nos ayudas a ser. Somos corresponsables de la labor de la Iglesia y de su sostenimiento. En toda familia hay necesidades y la parroquia es una gran familia que necesita tu ayuda. La campaña ofrece el hashtag #SomosUnaGranFamiliaContigo para difundirla en redes sociales.
14:12
Solemnidad Todos los Santos: Las bienaventuranzas como termómetro sobre la fe y confianza puesta en Jesús
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy celebramos la realidad de un misterio salvador expresado en el “credo” y que resulta muy consolador: «Creo en la comunión de los santos». Todos los santos, desde la Virgen María, que han pasado ya a la vida eterna, forman una unidad: son la Iglesia de los bienaventurados, a quienes Jesús felicita: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Al mismo tiempo, también están en comunión con nosotros. La fe y la esperanza no pueden unirnos porque ellos ya gozan de la eterna visión de Dios; pero nos une, en cambio el amor «que no pasa nunca» (1Cor 13,13); ese amor que nos une con ellos al mismo Padre, al mismo Cristo Redentor y al mismo Espíritu Santo. El amor que les hace solidarios y solícitos para con nosotros. Por tanto, no veneramos a los santos solamente por su ejemplaridad, sino sobre todo por la unidad en el Espíritu de toda la Iglesia, que se fortalece con la práctica del amor fraterno. Por esta profunda unidad, hemos de sentirnos cerca de todos los santos que, anteriormente a nosotros, han creído y esperado lo mismo que nosotros creemos y esperamos y, sobre todo, han amado al Padre Dios y a sus hermanos los hombres, procurando imitar el amor de Cristo. Los santos apóstoles, los santos mártires, los santos confesores que han existido a lo largo de la historia son, por tanto, nuestros hermanos e intercesores; en ellos se han cumplido estas palabras proféticas de Jesús: «Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5,11-12). Los tesoros de su santidad son bienes de familia, con los que podemos contar. Éstos son los tesoros del cielo que Jesús invita a reunir (cf. Mt 6,20). Como afirma el Concilio Vaticano II, «su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (Lumen gentium, 49). Esta solemnidad nos aporta una noticia reconfortante que nos invita a la alegría y a la fiesta.
12:30
Domingo XXX T.O: ¿ Cual es el mandamiento principal de la ley?
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, nos recuerda la Iglesia un resumen de nuestra “actitud de vida” («De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas»: Mt 22,40). San Mateo y San Marcos lo ponen en labios de Jesucristo; San Lucas de un fariseo. Siempre en forma de diálogo. Probablemente le harían al Señor varias veces preguntas similares. Jesús responde con el comienzo del Shemá: oración compuesta por dos citas del Deuteronomio y una de Números, que los judíos fervientes recitaban al menos dos veces al día: «Oye Israel! El Señor tu Dios (...)». Recitándola se tiene conciencia de Dios en el quehacer cotidiano, a la vez que recuerda lo más importante de esta vida: Amar a Dios sobre todos los “diosecillos” y al prójimo como a sí mismo. Después, al acabar la Última Cena, y con el ejemplo del lavatorio de los pies, Jesús pronuncia un “mandamiento nuevo”: amarse como Él nos ama, con “fuerza divina” (cf. Jn 14,34-35). Hace falta la decisión de practicar de hecho este dulce mandamiento —más que mandamiento, es elevación y capacidad— en el trato con los demás: hombres y cosas, trabajo y descanso, espíritu y materia, porque todo es criatura de Dios.
11:14
Domingo XXIX T.O: Campaña Domund 2020
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, se nos presenta para nuestra consideración una "famosa" afirmación de Jesucristo: «Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios» (Mt 22,21). No entenderíamos bien esta frase sin tener en cuenta el contexto en el que Jesús la pronuncia: «los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra» (Mt 22,15), y Jesús advirtió su malicia (cf. v. 18). Así, pues, la respuesta de Jesús está calculada. Al escucharla, los fariseos quedaron sorprendidos, no se la esperaban. Si claramente hubiese ido en contra del César, le habrían podido denunciar; si hubiese ido claramente a favor de pagar el tributo al César, habrían marchado satisfechos de su astucia. Pero Jesucristo, sin hablar en contra del César, lo ha relativizado: hay que dar a Dios lo que es de Dios, y Dios es Señor incluso de los poderes de este mundo. El César, como todo gobernante, no puede ejercer un poder arbitrario, porque su poder le es dado en "prenda" o garantía; como los siervos de la parábola de los talentos, que han de responder ante el Señor por el uso de los talentos. En el Evangelio de san Juan, Jesús dice a Pilatos: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba» (Jn 19,10). Jesús no quiere presentarse como un agitador político. Sencillamente, pone las cosas en su lugar. La interpretación que se ha hecho a veces de Mt 22,21 es que la Iglesia no debería "inmiscuirse en política", sino solamente ocuparse del culto. Pero esta interpretación es totalmente falsa, porque ocuparse de Dios no es sólo ocuparse del culto, sino preocuparse por la justicia, y por los hombres, que son los hijos de Dios. Pretender que la Iglesia permanezca en las sacristías, que se haga la sorda, la ciega y la muda ante los problemas morales y humanos de nuestro tiempo, es quitar a Dios lo que es de Dios. «La tolerancia que sólo ite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio público (…) no es tolerancia, sino hipocresía» (Benedicto XVI).
12:50
Domingo XXVIII T.O: Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, Jesús nos muestra al rey (el Padre), invitando —por medio de sus “siervos” (los profetas)—, al banquete de la alianza de su Hijo con la humanidad (la salvación). Primero lo hizo con Israel, «pero no quisieron venir» (Mt 22,3). Ante la negativa, no deja el Padre de insistir: «Mirad mi banquete está preparado, (...) y todo está a punto; venid a la boda» (Mt 22,4). Pero ese desaire, de escarnio y muerte de los siervos, suscita el envío de tropas, la muerte de aquellos homicidas y la quema de “su” ciudad (cf. Mt 22,6-7): Jerusalén. Así es que, por otros “siervos” (apóstoles) —enviados a ir por «los cruces de los caminos» (Mt 22,9): «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas...», dirá más tarde el Señor Jesús en Mt 28,19— fuimos invitados nosotros, el resto de la humanidad, es decir, «todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (Mt 22,10): la Iglesia. Aún así, la cuestión, no es sólo estar en la sala de bodas por la invitación, sino que, tiene que ver también y mucho, con la dignidad con la que se está («traje de boda», cf. v. 12). San Jerónimo comentó al respecto: «Los vestidos de fiesta son los preceptos del Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio que son las vestiduras del hombre nuevo». Es decir, las obras de la caridad con las que se debe acompañar a la fe. Conocemos que Madre Teresa, todas las noches, salía a las calles de Calcuta a recoger moribundos para darles, con amor, un buen morir: limpios, bien arropados y, si era posible, bautizados. Cierta vez comentó: «No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas que sabrán defenderme». ¡Bienaventurada ella! —Aprendamos la lección nosotros.
11:38
Domingo XXVII T.O: ¿La fe como regalo o como mérito recibido?
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Queridos hermanos y hermanas, La liturgia de este domingo nos propone la parábola de los labradores, a quienes el propietario arrienda la viña que había plantado y luego se va. (cf. Mt 21.33 a 43). De este modo es puesta a la prueba la lealtad de estos labradores: la viña está confiada a ellos, que deben custodiarla, hacerla fructificar y entregar la cosecha al dueño. Una vez llegado el tiempo de la cosecha, el dueño envía a sus siervos a cosechar los frutos. Pero los viñadores asumen una actitud posesiva: no se consideran simples gestores, sino propietarios, y se niegan a entregar la cosecha. Maltratan a los sirvientes, hasta el punto de matarlos. El dueño se muestra paciente con ellos: envía a otros siervos, más numerosos que los primeros, pero el resultado es el mismo. Al final decide enviar a su propio hijo; pero esos labradores, prisioneros de su comportamiento posesivo, también matan a su hijo. Este relato ilustra de manera alegórica los reproches que los Profetas habían dicho sobre de la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: se habla de la alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la cual llamó a participar también a nosotros. Sin embargo, esta historia de alianza, como cada historia de amor, conoce sus momentos positivos, pero también está signada por traiciones y rechazos. Para hacer entender cómo Dios Padre responde a los rechazos opuestos a su amor y a su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en los labios del dueño del viñedo una pregunta: «Cuando vuelva el dueño, ¿qué hará con esos labradores?» (v. 40). Esta pregunta subraya que la desilusión de Dios por el comportamiento malvado de los hombres no es la última palabra. He aquí la gran novedad del cristianismo: un Dios que, aunque decepcionado por nuestros errores y nuestros pecados, no rompe su palabra, no se detiene y sobre todo no se venga. A través de las “piedras de deshecho”- Cristo es la primera piedra que los constructores han desechado- a través de situaciones de debilidad y de pecado, Dios sigue poniendo en circulación el «vino nuevo» de su viña, es decir, la misericordia. Sólo hay un impedimento ante la tenaz y tierna voluntad de Dios: nuestra arrogancia y nuestra presunción, que a veces se convierte también en violencia. Frente a estas actitudes y donde no se producen frutos, la Palabra de Dios conserva toda su fuerza de reprensión y onición: «el Reino de Dios se les quitará a ustedes y se le entregará a un pueblo que produzca los frutos del Reino» (vs. 43) La urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a comprender qué hay de nuevo y original en el cristianismo. Éste no es sólo la suma de preceptos y normas morales, sino que es ante todo una propuesta de amor que Dios, por medio de Jesús, ha hecho y sigue haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña viva y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada puede volverse salvaje y producir uvas silvestres. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros, para sacudirnos mutuamente y animarnos, para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en cualquier ambiente, incluso en los más lejanos e incómodos. Invocamos la intercesión de María Santísima para que nos ayude a ser, en todas partes, especialmente en las periferias de la sociedad, la viña que el Señor ha plantado para el bien de todos.
13:10
Domingo XXVI T.O: ¿ Un SI institucional o un NO arrepentido ?
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, contemplamos al padre y dueño de la viña pidiendo a sus dos hijos: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,29). Uno dice “sí”, y no va. El otro dice “no”, y va. Ninguno de los dos mantiene la palabra dada. Seguramente, el que dice “sí” y se queda en casa no pretende engañar a su padre. Será simplemente pereza, no sólo “pereza de hacer”, sino también de reflexionar. Su lema: “A mí, ¿qué me importa lo que dije ayer?”. Al del “no”, sí que le importa lo que dijo ayer. Le remuerde aquel desaire con su padre. Del dolor arranca la valentía de rectificar. Corrige la palabra falsa con el hecho certero. “Errare, humanum est?”. Sí, pero más humano aún —y más concorde con la verdad interior grabada en nosotros— es rectificar. Aunque cuesta, porque significa humillarse, aplastar la soberbia y la vanidad. Alguna vez habremos vivido momentos así: corregir una decisión precipitada, un juicio temerario, una valoración injusta... Luego, un suspiro de alivio: —Gracias, Señor! «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios» (Mt 21,31). San Juan Crisóstomo resalta la maestría psicológica del Señor ante esos “sumos sacerdotes”: «No les echa en cara directamente: ‘¿Por qué no habéis creído a Juan?’, sino que antes bien les confronta —lo que resulta mucho más punzante— con los publicanos y prostitutas. Así les reprocha con la fuerza patente de los hechos la malicia de un comportamiento marcado por respetos humanos y vanagloria». Metidos ya en la escena, quizá echemos de menos la presencia de un tercer hijo, dado a las medias tintas, en cuyo talante nos sería más fácil reconocernos y pedir perdón, avergonzados. Nos lo inventamos —con permiso del Señor— y le oímos contestar al padre, con voz apagada: ‘Puede que sí, puede que no…’. Y hay quien dice haber oído el final: ‘Lo más probable es que a lo mejor quién sabe…’.
11:24
Domingo XXV T.O: El denario regalado y no merecido
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy el evangelista continúa haciendo la descripción del Reino de Dios según la enseñanza de Jesús, tal como va siendo proclamado durante estos domingos de verano en nuestras asambleas eucarísticas. En el fondo del relato de hoy, la viña, imagen profética del pueblo de Israel en el Primer Testamento, y ahora del nuevo pueblo de Dios que nace del costado abierto del Señor en la cruz. La cuestión: la pertenencia a este pueblo, que viene dada por una llamada personal hecha a cada uno: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16), y por la voluntad del Padre del cielo, de hacer extensiva esta llamada a todos los hombres, movido por su voluntad generosa de salvación. Resalta, en esta parábola, la protesta de los trabajadores de primera hora. Son la imagen paralela del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Los que viven su trabajo por el Reino de Dios (el trabajo en la viña) como una carga pesada («hemos aguantado el peso del día y el bochorno»: Mt 20,12) y no como un privilegio que Dios les dispensa; no trabajan desde el gozo filial, sino con el malhumor de los siervos. Para ellos la fe es algo que ata y esclaviza y, calladamente, tienen envidia de quienes “viven la vida”, ya que conciben la conciencia cristiana como un freno, y no como unas alas que dan vuelo divino a la vida humana. Piensan que es mejor permanecer desocupados espiritualmente, antes que vivir a la luz de la palabra de Dios. Sienten que la salvación les es debida y son celosos de ella. Contrasta notablemente su espíritu mezquino con la generosidad del Padre, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4), y por eso llama a su viña, «Él que es bueno con todos, y ama con ternura todo lo que ha creado» (Sal 145,9).
13:07
Domingo XXIV T.O: Setenta veces siete
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, en el Evangelio, Pedro consulta a Jesús sobre un tema muy concreto que sigue albergado en el corazón de muchas personas: pregunta por el límite del perdón. La respuesta es que no existe dicho límite: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22). Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del rey centra el tema de la parábola: «¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?» (Mt 18,33). El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, obrar con los demás según los criterios de Dios. El pecado grave nos aparta de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1470). El vehículo ordinario para recibir el perdón de ese pecado grave por parte de Dios es el sacramento de la Penitencia, y el acto del penitente que la corona es la satisfacción. Las obras propias que manifiestan la satisfacción son el signo del compromiso personal —que el cristiano ha asumido ante Dios— de comenzar una existencia nueva, reparando en lo posible los daños causados al prójimo. No puede haber perdón del pecado sin algún genero de satisfacción, cuyo fin es: 1. Evitar deslizarse a otros pecados mas graves; 2. Rechazar el pecado (pues las penas satisfactorias son como un freno y hacen al penitente mas cauto y vigilante); 3. Quitar con los actos virtuosos los malos hábitos contraídos con el mal vivir; 4. Asemejarnos a Cristo. Como explicó santo Tomás de Aquino, el hombre es deudor con Dios por los beneficios recibidos, y por sus pecados cometidos. Por los primeros debe tributarle adoración y acción de gracias; y, por los segundos, satisfacción. El hombre de la parábola no estuvo dispuesto a realizar lo segundo, por lo tanto se hizo incapaz de recibir el perdón.
13:24
Domingo XXIII T.O: Reunidos como Comunidad en torno a Jesús
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, el Evangelio propone que consideremos algunas recomendaciones de Jesús a sus discípulos de entonces y de siempre. También en la comunidad de los primeros cristianos había faltas y comportamientos contrarios a la voluntad de Dios. El versículo final nos ofrece el marco para resolver los problemas que se presenten dentro de la Iglesia durante la historia: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Jesús está presente en todos los períodos de la vida de su Iglesia, su “Cuerpo místico” animado por la acción incesante del Espíritu Santo. Somos siempre hermanos, tanto si la comunidad es grande como si es pequeña. «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15). ¡Qué bonita y leal es la relación de fraternidad que Jesús nos enseña! Ante una falta contra mí o hacia otro, he de pedir al Señor su gracia para perdonar, para comprender y, finalmente, para tratar de corregir a mi hermano. Hoy no es tan fácil como cuando la Iglesia era menos numerosa. Pero, si pensamos las cosas en diálogo con nuestro Padre Dios, Él nos iluminará para encontrar el tiempo, el lugar y las palabras oportunas para cumplir con nuestro deber de ayudar. Es importante purificar nuestro corazón. San Pablo nos anima a corregir al prójimo con intención recta: «Cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Gal 6,1). El afecto profundo y la humildad nos harán buscar la suavidad. «Obrad con mano maternal, con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban las heridas grandes o pequeñas de nuestros juegos y tropiezos infantiles» (San Josemaría). Así nos corrige la Madre de Jesús y Madre nuestra, con inspiraciones para amar más a Dios y a los hermanos.
11:47
Domingo XXII T.O: Toma tu cruz y sígueme
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
El evangelio de hoy presenta las condiciones para poder seguir a Jesús. Pedro no entendió la propuesta de Jesús cuando éste le habló del sufrimiento y de la cruz. Pedro acepta a Jesús como mesías, pero no como mesías sufriente. Ante la incomprensión de Pedro, Jesús describe el anuncio de la Cruz y explica el significado de la cruz para la vida de los discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de mi, tome su cruz y sígame". En aquel tiempo, la cruz era la pena de muerte que el imperio imponía a los marginados. Tomar la cruz y cargarla en pos de Jesús era lo mismo que aceptar ser marginado por el sistema injusto que legitimaba la injusticia. La Cruz de Jesús no es fruto del fatalismo de la historia, ni es una exigencia del Padre. La Cruz es la consecuencia del compromiso libremente asumido por Jesús de revelar la Buena Nueva de que Jesús es Padre y que, por consiguiente, todos deben ser aceptados y tratados como hermanos y hermanas. Por este anuncio, él fue perseguido y no tuvo miedo a dar su vida. No hay prueba de mayor amor que dar la vida por los hermanos. Ganar la vida o perder la vida; ganar el mundo entero o perder la propia alma; avergonzarse del evangelio o profesarlo públicamente. ¿Cómo acontece esto en mi vida?
14:45
Domingo XXI T.O: ¿ Quién es Cristo para ti ?
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?». La pregunta de Jesús a sus discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros y pide una respuesta. Una respuesta que no se encuentra en los libros como una fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús, con la ayuda de un «gran trabajador», el Espíritu Santo. Es éste el perfil del discípulo trazado por el Papa Francisco en la misa del jueves 20 de febrero en la Casa Santa Marta. En el centro de la meditación del Papa está Pedro, así como lo presenta el pasaje evangélico de Marcos (8, 27-33). Precisamente Pedro, explicó, «fue ciertamente el más valiente ese día, cuando Jesús preguntó a los discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro respondió con firmeza: «Tú eres el Mesías». Y después de esta confesión, comentó el Pontífice, probablemente se sintió «satisfecho dentro de sí: ¡he respondido bien!». Sin embargo, el diálogo con Jesús no termina así. En efecto, «el Señor —dijo el Papa— comenzó a explicar lo que tenía que suceder». Pero «Pedro no estaba de acuerdo» con lo que había oído: «no le gustaba ese camino» proyectado por Jesús. También hoy, prosiguió el obispo de Roma, «escuchamos muchas veces dentro de nosotros» la misma pregunta dirigida por Jesús a los apóstoles. Jesús «se dirige a nosotros y nos pregunta: para ti, ¿quién soy yo? ¿Quién es Jesucristo para cada uno de nosotros, para mí? ¿Quién es Jesucristo?». Y, destacó el Pontífice, también «nosotros seguramente daremos la misma respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el catecismo: ¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, Tú eres el Redentor, Tú eres el Señor!». Diferente es la reacción de Pedro «cuando Jesús comenzó a explicar lo que tenía que suceder: el Hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». A Pedro, afirmó el Papa, «ciertamente no le gustaba este discurso». Él razonaba así: «¡Tú eres el Cristo! ¡Tú vences y vamos adelante!». Por esta razón «no comprendía este camino» de sufrimiento indicado por Jesús. Así que, como relata el Evangelio, «se lo llevó aparte» y «se puso a increparlo». Estaba «tan contento de haber dado aquella respuesta —“Tú eres el Mesías”— que se sintió con la fuerza para reprender a Jesús». El Papa Francisco releyó palabra por palabra la respuesta de Jesús a Pedro: «Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: “Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios”». Por lo tanto, para «responder a esa pregunta que todos nosotros percibimos en el corazón —quién es Jesús para nosotros— no es suficiente lo que hemos aprendido, estudiado en el catecismo». Es ciertamente «importante estudiarlo y conocerlo, pero no es suficiente», insistió el Santo Padre. Porque para conocerlo de verdad «es necesario hacer el camino que hizo Pedro». En efecto, «después de esta humillación, Pedro siguió adelante con Jesús, contempló los milagros que hacía Jesús, vio sus poderes...». Sin embargo, «a un cierto punto Pedro negó a Jesús, traicionó a Jesús». Precisamente en ese momento «aprendió esa difícil ciencia —más que ciencia, sabiduría— de las lágrimas, del llanto». Pedro «pidió perdón» al Señor. E incluso, «en la incertidumbre de aquel domingo de Pascua, Pedro no sabía qué pensar» de lo dicho por las mujeres acerca del sepulcro vacío. Y así también él «fue al sepulcro». En el Evangelio, recordó el Papa, no se recoge «explícitamente el momento, pero se dice que el Señor encontró a Pedro», se dice que Pedro «encontró al Señor vivo, solo, cara a cara». Y así «esa mañana, en la playa del Tiberíades, Pedro fue interrogado otra vez. Tres veces. Y él sintió vergüenza, recordó aquella tarde del jueves santo: las tres veces que había negado a Jesús». Recordó «el llanto». Según el Papa, «en la playa del Tiberíades, Pedro lloró no amargamente como el jueves, pero lloró». Por lo tanto, «la pregunta a Pedro —¿Quién soy yo para vosotros, para ti?— se comprende sólo a lo largo del camino, después de un largo camino. Una senda de gracia y de pecado». Es «el camino del discípulo». En efecto, «Jesús no dijo a Pedro y a sus apóstoles: ¡conóceme! Dijo: ¡sígueme!». Y precisamente «este seguir a Jesús nos hace conocer a Jesús. Seguir a Jesús con nuestras virtudes» y «también con nuestros pecados. Pero seguir siempre a Jesús». Para conocer a Jesús, reafirmó el Santo Padre, «no es necesario un estudio de nociones sino una vida de discípulo». De este modo, «caminando con Jesús aprendemos quién es Él, aprendemos esa ciencia de Jesús. Conocemos a Jesús como discípulos». Lo conocemos en el «encuentro cotidiano con el Señor, todos los días. Con nuestras victorias y nuestras debilidades». Se trata de «un camino que no podemos hacer solos», precisó el Papa. Por lo tanto, se conoce a Jesús «como discípulos por el camino de la vida, siguiéndole a Él». Pero esto «no es suficiente», advirtió el Papa, porque «conocer a Jesús es un don del Padre: es Él quien nos hace conocer a Jesús». En realidad, puntualizó, esto «es un trabajo del Espíritu Santo, que es un gran trabajador: no es un sindicalista, es un gran trabajador. Y trabaja siempre en nosotros; y realiza esta gran labor de explicar el misterio de Jesús y darnos este sentido de Cristo».
13:27
Domingo XX T.O: Mujer, que grande es tu fe.
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy contemplamos la escena de la cananea: una mujer pagana, no israelita, que tenía la hija muy enferma, endemoniada, y oyó hablar de Jesús. Sale a su encuentro y con gritos le dice: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo» (Mt 15,22). No le pide nada, solamente le expone el mal que sufre su hija, confiando en que Jesús ya actuará. Jesús “se hace el sordo”. ¿Por qué? Quizá porque había descubierto la fe de aquella mujer y deseaba acrecentarla. Ella continúa suplicando, de tal manera que los discípulos piden a Jesús que la despache. La fe de esta mujer se manifiesta, sobre todo, en su humilde insistencia, remarcada por las palabras de los discípulos: «Atiéndela, que viene detrás gritando» (Mt 15,23). La mujer sigue rogando; no se cansa. El silencio de Jesús se explica porque solamente ha venido para la casa de Israel. Sin embargo, después de la resurrección, dirá a sus discípulos: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15). Este silencio de Dios, a veces, nos atormenta. ¿Cuántas veces nos hemos quejado de este silencio? Pero la cananea se postra, se pone de rodillas. Es la postura de adoración. Él le responde que no está bien tomar el pan de los hijos para echarlo a los perros. Ella le contesta: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos» (Mt 15,26-27). Esta mujer es muy espabilada. No se enfada, no le contesta mal, sino que le da la razón: «Tienes razón, Señor». Pero consigue ponerle de su lado. Parece como si le dijera: —Soy como un perro, pero el perro está bajo la protección de su amo. La cananea nos ofrece una gran lección: da la razón al Señor, que siempre la tiene. —No quieras tener la razón cuando te presentas ante el Señor. No te quejes nunca y, si te quejas, acaba diciendo: «Señor, que se haga tu voluntad».
11:44
Asunción de la Virgen María
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
A la luz de esta imagen bellísima de nuestra Madre, podemos considerar el mensaje que contienen las lecturas bíblicas que hemos apenas escuchado. Podemos concentrarnos en tres palabras clave: lucha, resurrección, esperanza. El pasaje del Apocalipsis presenta la visión de la lucha entre la mujer y el dragón. La figura de la mujer, que representa a la Iglesia, aparece por una parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores. Así es en efecto la Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. En esta lucha que los discípulos de Jesús han de sostener - nosotros, todos nosotros discípulos de Jesús debemos afrontar esta lucha - María no les deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros, siempre, camina con nosotros siempre. También María participa, en cierto sentido, de esta doble condición. Ella, naturalmente, ha entrado definitivamente en la gloria del Cielo. Pero esto no significa que esté lejos, que se separe de nosotros; María, por el contrario, nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. La oración con María, en especial el Rosario, pero escuchen bien, el Rosario, ¿eh? – ¿Ustedes rezan el Rosario todos los días? (....sí la gente responde) – (Bueno no sé dice el Papa sonriendo, ¿seguro?).... tiene también esta dimensión "agonística", es decir, de lucha, una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices. La segunda lectura nos habla de la resurrección. El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, insiste en que ser cristianos significa creer que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. Toda nuestra fe se basa en esta verdad fundamental, que no es una idea sino un acontecimiento. También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma se inscribe completamente en la resurrección de Cristo. La humanidad de la Madre ha sido "atraída" por el Hijo en su paso a través de la muerte. Jesús entró definitivamente en la vida eterna con toda su humanidad, la que había tomado de María; así ella, la Madre, que lo ha seguido fielmente durante toda su vida, lo ha seguido con el corazón, ha entrado con él en la vida eterna, que llamamos también Cielo, Paraíso, Casa del Padre. María ha conocido también el martirio de la cruz: el martirio de su corazón, el martirio del alma. Ella ha sufrido tanto en su corazón, mientras Jesús sufría en la cruz. Ha vivido la pasión del Hijo hasta el fondo del alma. Ha estado completamente unida a él en la muerte, y por eso ha recibido el don de la resurrección. Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la primicia de los redimidos, la primera de "aquellos que son de Cristo". Es nuestra Madre, pero también podemos decir que es nuestra representante, es nuestra hermana, nuestra primera hermana, es la primera de los redimidos que ha llegado al cielo. El evangelio nos sugiere la tercera palabra: esperanza. Esperanza es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor. Hemos escuchado el canto de María, el Magnificat es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Es el cántico de tantos santos y santas, algunos conocidos, otros, muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien: mamás, papás, catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, jóvenes, también niños, abuelos y abuelas, que han afrontado la lucha por la vida llevando en el corazón la esperanza de los pequeños y humildes. María dice: "Proclama mi alma la grandeza del Señor", así canta hoy la Iglesia y lo hace en todas partes del mundo. Este cántico es especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión, donde está la cruz para nosotros cristianos está la esperanza, siempre. Si no está la esperanza nosotros no somos cristianos, por esto a mí me gusta decir ¡no se dejen robar la esperanza! ¡Que no nos roben la esperanza porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios que nos lleva adelante mirando el cielo! Y María está siempre allí, cercana a esas comunidades que sufren, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza. Queridos hermanos y hermanas, unámonos también nosotros, con el corazón, a este cántico de paciencia y victoria, de lucha y alegría, que une a la Iglesia triunfante con la peregrinante, nosotros; que une el cielo y la tierra, nuestra historia y la eternidad.
11:39
Domingo XIX T.O: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, la experiencia de Pedro refleja situaciones que hemos experimentado también nosotros más de una vez. ¿Quién no ha visto hacer aguas sus proyectos y no ha experimentado la tentación del desánimo o de la desesperación? En circunstancias así, debemos reavivar la fe y decir con el salmista: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8). Para la mentalidad antigua, el mar era el lugar donde habitaban las fuerzas del mal, el reino de la muerte, amenazador para el hombre. Al “andar sobre el agua” (cf. Mt 14,25), Jesús nos indica que con su muerte y resurrección triunfa sobre el poder del mal y de la muerte, que nos amenaza y busca destrozarnos. Nuestra existencia, ¿no es también como una frágil embarcación, sacudida por las olas, que atraviesa el mar de la vida y que espera llegar a una meta que tenga sentido? Pedro creía tener una fe clara y una fuerza muy consistente, pero «empezó a hundirse» (Mt 14,30); Pedro había asegurado a Jesús que estaba dispuesto a seguirlo hasta morir, pero su debilidad lo acobardó y negó al Maestro en los hechos de la Pasión. ¿Por qué Pedro se hunde justo cuando empieza a andar sobre el agua? Porque, en vez de mirar a Jesucristo, miró al mar y eso le hizo perder fuerza y, a partir de ese instante, su confianza en el Señor se debilitó y los pies no le respondieron. Pero, Jesús le «extendió la mano, lo agarró» (Mt 14,31) y lo salvó. Después de su resurrección, el Señor no permite que su apóstol se hunda en el remordimiento y la desesperación y le devuelve la confianza con su perdón generoso. ¿A quién miro yo en el combate de la vida? Cuando noto que el peso de mis pecados y errores me arrastra y me hunde, ¿dejo que el buen Jesús alargue su mano y me salve?
13:42
Domingo XVIII T.O: Dadles vosotros de comer
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Hoy, Jesús nos muestra lo mucho que desea involucrarnos en su trabajo de redención. Él, que ha creado el cielo y la tierra de la nada, hubiese podido —de igual forma— haber fácilmente creado un opíparo banquete para saciar a aquella multitud. Pero prefirió hacer el milagro partiendo de lo único que sus discípulos podían entregarle. «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces» (Mt 14,17), le dijeron. «Traédmelos» (Mt 14,18), les respondió Jesús. Y el Señor llevó a cabo la multiplicación de tan exiguo recurso —ni tan sólo suficiente para alimentar a una familia normal— para dar de comer a unas 5000 familias. El Señor procedió de igual forma en el festín de las bodas de Caná. Él, que creó todos los mares, podía fácilmente haber llenado con el vino más selecto aquellas tinajas de más de 100 litros, partiendo de cero. Pero, de nuevo, prefirió involucrar a sus criaturas en el milagro, haciendo que, primero, llenasen los recipientes de agua. Y, el mismo principio, podemos apreciarlo en la celebración de la Eucaristía. Jesús empieza no de la nada, ni tampoco de cereales o de uvas, sino del pan y del vino, que ya conllevan en sí el trabajo de manos humanas. El difunto Cardenal Francisco Javier Nguyen van Thuan, prisionero de los comunistas vietnamitas desde 1975 al 1988, se preguntaba cómo podría favorecer el Reino de Cristo y preocuparse de su rebaño mientras intentaba sobreponerse al brutal sufrimiento de su solitario confinamiento. Y, dándose cuenta de lo poco que podía hacer desde la celda de su cárcel, pensó que, al menos, cada día, podría ofrecer al Señor sus “cinco panes y dos peces” y dejar que Dios hiciese el resto. Y el Señor multiplicó aquellos pequeños esfuerzos convirtiéndolos en un testimonio que ha inspirado no sólo a los vietnamitas, sino a toda la Iglesia. Hoy, el Señor nos pide a nosotros, sus modernos discípulos, que “demos a las multitudes algo de comer” (cf. Mt 14,16). No importa lo mucho o poco que tengamos: démoslo al Señor y dejemos que Él continúe a partir de ahí.
13:56
Domingo XVII T.O: Eres una perla y un tesoro para Cristo
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El discurso de las parábolas de Jesús, que reúne siete parábolas en el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, se concluye con las tres similares de hoy: el tesoro escondido (v. 44), la perla preciosa (v. 45-46) y la red de pesca (v. 47-48). Me detengo en las dos primeras que subrayan la decisión de los protagonistas de vender cualquier cosa para obtener eso que han descubierto. En el primer caso se trata de un campesino que casualmente tropieza con un tesoro escondido en el campo donde está trabajando. No siendo el campo de su propiedad debe adquirirlo si quiere poseer el tesoro: por tanto decide arriesgar todos sus bienes para no perder esa ocasión realmente excepcional. En el segundo caso encontramos un mercader de perlas preciosas; él, experto conocedor, ha identificado una perla de gran valor. También él decide apostar todo a esa perla, hasta el punto de vender todas las demás. Estas similitudes destacan dos características respecto a la posesión del Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. Es verdad que el Reino de Dios es ofrecido a todos —es un don, es un regalo, es una gracia— pero no está puesto a disposición en un plato de plata, requiere dinamismo: se trata de buscar, caminar, trabajar. La actitud de la búsqueda es la condición esencial para encontrar; es necesario que el corazón queme desde el deseo de alcanzar el bien precioso, es decir el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un giro decisivo a nuestra vida, llenándola de significado. Frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino como el mercader se dan cuenta de que tienen delante una ocasión única que no pueden dejar escapar, por lo tanto venden todo lo que poseen. La valoración del valor inestimable del tesoro, lleva a una decisión que implica también sacrificio, desapegos y renuncias. Cuando el tesoro y la perla son descubiertos, es decir cuando hemos encontrado al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificar por ello cualquier otra cosa. No se trata de despreciar el resto, sino de subordinarlo a Jesús, poniéndole a Él en el primer lugar. La gracia en el primer lugar. El discípulo de Cristo no es uno que se ha privado de algo esencial; es uno que ha encontrado mucho más: ha encontrado la alegría plena que solo el Señor puede donar. Es la alegría evangélica de los enfermos sanados; de los pecadores perdonados; del ladrón al que se le abre la puerta al paraíso. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (cf. Exort. ap. Evangelii gaudium, 1). Hoy somos exhortados a contemplar la alegría del campesino y del mercader de las parábolas. Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma el corazón y nos abre a la necesidad y a la acogida de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles. Rezamos, por intercesión de la Virgen María, para que cada uno de nosotros sepa testimoniar, con las palabras y los gestos cotidianos, la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios, es decir el amor que el Padre nos ha donado mediante Jesús.
12:07
Domingo XVI T.O: Jesús nos habla en parábolas
Episodio en Ecos a la Palabra Ciclo A 2019-2020
1. La semilla buena y la cizaña La presencia del mal es un misterio. Difícil de digerir en ocasiones, doloroso de aceptar, amargo en asimilar. Sin embargo, la explicación del mal la tenemos en la ausencia del bien; un bien que debería estar presente y que por alguna razón no lo está. En el evangelio vemos que es Dios quien siembra la semilla buena, y el enemigo siembra al lado la cizaña. Con una somera apreciación podemos percibir esta lucha constante en la sociedad actual, pero también en el interior de cada hombre. La lucha por ser honestos en nuestro trabajo, por no devolver ojo por ojo, sino de responder de acuerdo a los criterios del evangelio. Dios está presente en nuestras vidas sembrando la semilla buena. Se hace presente a través de su Reino. En buena parte depende de nosotros si queremos que la cizaña irrumpa en nuestra existencia. Podemos arrancar de raíz el mal si lo descubrimos a tiempo, pero en ocasiones requiere de mucho amor a Cristo. Si no, ¿cómo podemos decir «no» ante una invitación poco honesta, pero que quizá enriquece nuestros bolsillos? 2. El grano de mostaza Y es que la tentación se nos presenta de múltiples maneras, disfrazada especialmente de aquello que más nos atrae: dinero fácil, rencores que rozan el odio y nos hacen meter zancadilla, maledicencia que denigra a nuestro prójimo; pero que quizá nos granjean un buen puesto, nos acarrean raiting a nuestra audiencia. Sin embargo, el Reino de Cristo es esa semillita de mostaza, insignificante al inicio, tan pequeña que no atrae mucho la atención; pero lo que no vemos es que esa semilla se transforma y crece hasta «el punto de que las aves vienen a anidar». La recompensa para quienes quieren ser coherentes con su vocación cristiana, con su dignidad humana, es la que les espera en los brazos del Padre celestial. Pero también es el ciento por uno en esta vida. No debemos tener miedo de ser coherentes con nuestros principios cristianos, no temamos defender la fe con gallardía y valentía. Sintámonos orgullosos de portar el estandarte de Jesucristo, de llevar con honor la cruz en nuestra vida. 3. Los justos brillarán como el sol Entonces seremos como esos faros que brillan en medio de la oscuridad. Capaces de dejar huella en nuestro entorno y de hacer obras en beneficio de nuestros hermanos. Pero no podemos olvidar que, para brillar como el sol, hay que ser justos. Y la primera justicia es para con Dios, dándole lo que se merece: el primer lugar en nuestra vida. Esta imagen evangélica de la justicia que brilla como el sol no es otra cosa que la santidad misma.
13:31
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