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Homilías Ciclo B 2017-18
Homilías Ciclo B 2017-18
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Homilías Ciclo B 2017-18 2i81x

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Espacio Semanal donde aporto mi granito de arena comentando el Evangelio Dominical y fechas destacados del Calendario General Romano. 339a

Espacio Semanal donde aporto mi granito de arena comentando el Evangelio Dominical y fechas destacados del Calendario General Romano.

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Jesucristo, Rey del Universo
Jesucristo, Rey del Universo
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la misericordia. El Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo hace de una manera sorprendente. «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey» (Lc 23,35.37) se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor. Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas. Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el perdón (cf. Col 1,13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo soporta (cf. 1 Co 13,7). Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo. Hoy queridos hermanos y hermanas, proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca (cf. 1 Co 13,8). Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza. Pero sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús. En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?». Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (cf. Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al comienzo del Evangelio (cf. Lc 4,1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto. Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. La misericordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época. En el Evangelio aparece otro personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Dios, a penas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo. Pidamos también nosotros el don de esta memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza. Muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias has gustado la gran bondad del Señor. Damos gracias por esto y recordamos que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia. Continuemos nuestro camino juntos. Nos acompaña la Virgen María, también ella estaba junto a la cruz, allí ella nos ha dado a luz como tierna Madre de la Iglesia que desea acoger a todos bajo su manto. Ella, junto a la cruz, vio al buen ladrón recibir el perdón y acogió al discípulo de Jesús como hijo suyo. Es la Madre de misericordia, a la que encomendamos: todas nuestras situaciones, todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXXIII T.O II Jornada Mundial de los Pobres
Domingo XXXIII T.O II Jornada Mundial de los Pobres
Estamos llegando al término del año litúrgico que concluye con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo que celebraremos el próximo domingo. En este ciclo litúrgico que termina, el evangelista san Marcos ha sido nuestro pedagogo, nos ha llevado de la mano en nuestro camino de seguimiento de Jesús. Nos ha enseñado a «estar» con el Señor y a permanecer con Él y en Él. Es en esta perspectiva de fidelidad que debemos leer el texto evangélico que se proclama este día y que es una invitación a vivir en la esperanza. Mensaje escatológico con lenguaje apocalíptico El pasaje que leemos este domingo se ubica en el capítulo 13 del evangelio de Marcos, conocido como discurso escatológico. El lenguaje es propio de la literatura apocalíptica que surge el s. III a. C. y se caracteriza por una talante y un estilo de interpretar la historia del pueblo de Dios y de la humanidad. Con el género apocalíptico se anuncia el futuro preparado por Dios. Se trata de un futuro glorioso que seguirá a los sufrimientos de los hombres durante el peregrinar en la historia. Esta literatura es consoladora en medio de las persecuciones y sufrimientos, abre un camino de esperanza segura porque la historia la dirige Dios. Por eso la Iglesia proclama estos testimonios cuando llega al final el año litúrgico. Sabemos que el año litúrgico actualiza y realiza el misterio global de salvación. Es necesario dirigir la mirada al futuro, movidos por la esperanza, mientras vivimos la experiencia del presente con fortaleza, la constancia, la longanimidad y la paciencia. Es importante realizar el camino que conduce al final glorioso. En medio de nuestro mundo los creyentes tienen la misión de ser testigos de esperanza mientras comparten con sus hermanos los hombres sus sufrimientos y sus proyectos. La interpretación de la apocalíptica conlleva las dos versiones: esperanza para el futuro y testimonio consolador para el presente. El pasaje que nos ocupa En el discurso escatológico de Marcos, Jesús responde a la inquietud de los discípulos acerca del fin de los tiempos. Comienza refiriéndose a lo que le sucederá al mundo al final de los tiempos, a sus discípulos y a la conclusión de la historia. Hoy nos detenemos particularmente en el mensaje acerca del culmen de la historia y en el comportamiento que se espera de los discípulos antes estos hechos. De cara al fin de la historia Jesús plantea qué es lo relativo en ella y que es lo permanente, lo que no pasará. El fin de la historia del mundo se relaciona con la remoción de todo lo que ha estado fijo y con la venida del Hijo del hombre. En los días de la tribulación reinará la oscuridad y los astros celestes que son símbolo de la estabilidad del universo desaparecerán del universo. Con ello se indica que las realidades que caracterizan la historia en el presente no tienen consistencia eterna. La última palabra sobre la historia humana y sobre todos los acontecimientos la dará Dios en el advenimiento de su Hijo en la Gloria. El triunfo de Dios en la historia es la certeza que sostiene y orienta los pasos del creyente por el camino de la vida. «Entonces verán al Hijo del hombre…» Este es el fin de la historia humana: la manifestación del Señorío de Jesús, que venció el mal y culmina su victoria sometiendo de manera definitiva todo lo que se opone a la vida. Esta certeza alienta nuestra esperanza, pues nos hace ver el final no como una catástrofe, sino como el triunfo de la vida. «Entonces… reunirá a sus elegidos» La manifestación de Jesús en su Gloria es también la manifestación de su total y absoluta fidelidad con sus discípulos, que sufren la contradicciones del mal y la injusticia en el mundo por definirse como testigos del Evangelio.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXXII T.O
Domingo XXXII T.O
Este lunes, durante la Misa matutina en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco invitó a los fieles a pedir a la viuda que donó sus dos únicas monedas al templo “que nos enseñe” a ser una Iglesia humilde y pobre, que da todo lo que tiene y no se guarda nada, para así ser fiel a Cristo y brillar con su luz. El Papa señaló que en el episodio de la viuda –que da sus dos monedas–, y los ricos que arrojan gruesas monedas –haciendo ver que para ellos eran superfluas–, hay dos tendencias siempre presentes en la historia de la Iglesia. La Iglesia tentada por la vanidad y la “Iglesia pobre” que “no debe tener otras riquezas que su Esposo”, como la humilde mujer del templo. “Me gusta ver en esta figura a la Iglesia que es en cierto modo un poco viuda, porque espera a su Esposo que regresará… Pero tiene a su Esposo en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en los pobres, sí: pero espera que regrese, ¿no? Esta actitud de la Iglesia… Esta viuda no era importante, el nombre de esta viuda no aparecía en los diarios. Nadie la conocía. No tenía títulos… nada. Nada. No brillaba con luz propia. Es esto que me hace ver en esta mujer la figura de la Iglesia”, afirmó. Francisco dijo entonces que “la gran virtud de la Iglesia debe ser no brillar con luz propia, sino brillar de la luz que viene de su Esposo. Que viene propio de su Esposo. Y en los siglos, cuando la Iglesia ha querido tener luz propia, se ha equivocado”. “Es verdad que algunas veces el Señor puede pedir a su Iglesia tener, tomar un poco de luz propia”, pero eso se entiende, explicó el Papa, si la misión de la Iglesia es iluminar a la humanidad, la luz que viene donada debe ser únicamente aquella recibida de Cristo en actitud de humildad. “Todos los servicios que nosotros hacemos en la Iglesia son para ayudarnos en esto, para recibir aquella luz. Y un servicio sin esta luz no está bien: hace que la Iglesia se vuelva o rica, o potente, o que busca el poder, o que se equivoque de camino, como ha sucedido tantas veces en la historia y como sucede en nuestras vidas, cuando nosotros queremos tener otra luz, que no es precisamente aquella del Señor: una luz propia”, señaló. En ese sentido, aseguró que cuando la Iglesia “es fiel a la esperanza y a su esposo, es feliz de recibir la luz de Él, de ser en este sentido ‘viuda’, en espera, como la luna, del ‘sol que vendrá’”. “Cuando la Iglesia es humilde, cuando la Iglesia es pobre, también cuando la Iglesia confiesa sus miserias –pues todos las tenemos– la Iglesia es fiel. La Iglesia dice: ‘¡Pero, yo soy oscura, pero la luz me viene de ahí!’ y esto nos hace tanto bien”. “Pero oremos a esta viuda que está en el Cielo, seguramente, oremos a esta viuda que nos enseñe a ser Iglesia así, dando de la vida todo lo que tenemos: nada para nosotros. Todo para el Señor y para el prójimo. Humildes. Sin vanagloriarnos de tener luz propia, buscando siempre la luz que viene del Señor. Así sea”, concluyó
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXXI T.O
Domingo XXXI T.O
Hemos escuchado en el evangelio el credo judío. Afirma que el Señor es nuestro Dios y que es el único Dios. E invita a amarlo con todo el corazón. Para entender el texto debemos estudiarlo en su contexto. Son las duras controversias de fariseos, herodianos y saduceos los guías de Israel, con Jesús. Discuten sobre la autoridad de Jesús, la licitud del tributo al César, la resurrección de los muertos, etc. La actitud negativa de los adversarios se quiebra ante la pregunta de un escriba que se desmarca de los otros y reconoce la ortodoxia de Jesús. ¿De dónde brota la pregunta? La Sinagoga había elaborado 613 mandamientos, una gran cantidad de leyes que impedía discernir qué era lo importante. Esta lista solo estaba al alcance de los expertos. El pueblo estaba casi siempre fuera de la ley. Este tipo de ley deformaba la imagen del Dios de la Alianza y tenía poco en cuenta la libertad humana. Por eso Jesús sintetiza todos los mandamientos en un doble mandamiento y subraya que el amor a Dios y al prójimo es el compendio de todos. Jesús une los dos y les otorga idéntica importancia. Desautoriza, con ello, el ritualismo y el legalismo, los dos pecados que dominaban las relaciones de unos con otros. A Jesús le preguntan por un mandamiento y él responde uniendo dos, y dándoles idéntica importancia. Esto constituye una peculiaridad sorprendente y única. No es posible amar a Dios no amando al prójimo. Los dos mandamientos forman uno. Y esto no por decisión moral, sino por la naturaleza misma de las cosas. Dios está en el prójimo y el prójimo en Dios. Son inseparables.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Todos los Santos
Todos los Santos
En el Evangelio hemos escuchado a Jesús que enseñaba a sus discípulos y a la gente reunida sobre la colina del lago de Galilea (Cfr. Mt 5,1-12). La palabra del Señor resucitado y vivo indica también a nosotros, hoy, el camino para alcanzar la verdadera felicidad, el camino que conduce al Cielo. Es un camino difícil de comprender por qué va contra corriente, pero el Señor nos dice que quien va por este camino es feliz, tarde o temprano alcanza la felicidad. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Podemos preguntarnos, ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único tesoro es el Reino de los cielos? Pero la razón esta propio aquí: que teniendo el corazón vacío y libre de tantas cosas mundanas, esta persona está en “espera” del Reino de los Cielos. “Bienaventurados los que ahora lloran, porque serán consolados”. ¿Cómo pueden ser felices aquellos que lloran? Es más, quién en la vida nunca ha experimentado la tristeza, la angustia, el dolor, no conocerá jamás la fuerza de la consolación. En cambio, pueden ser felices cuantos tienen la capacidad de conmoverse, la capacidad de sentir en el corazón el dolor que hay en sus vidas y en la vida de los demás. ¡Ellos serán felices! Porque la compasiva mano de Dios Padre los consolará y los acariciará. “Bienaventurados los mansos”. Y nosotros al contrario, ¡cuántas veces somos impacientes, nerviosos, siempre listos a lamentarnos! Hacia los demás tenemos tantas pretensiones, pero cuando nos tocan, reaccionamos alzando la voz, como si fuéramos dueños del mundo, mientras que en realidad todos somos hijos de Dios. En cambio, pensemos en aquellas mamas y en aquellos papas que son tan pacientes con sus hijos, que “los hacen enloquecer”. Este es el camino del Señor: el camino de la humidad y de la paciencia. Jesús ha recorrido este camino: desde pequeño ha soportado la persecución y el exilio; y después, de adulto, las calumnias, los engaños, las falsas acusaciones en los tribunales; y todo lo ha soportado con humildad. Ha soportado por amor a nosotros incluso la cruz. “Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Si, aquellos que tienen un fuerte sentido de la justicia, y no solo hacia los demás, sino sobre todo hacia ellos mismos, estos serán saciados, porque están listos para recibir la justicia más grande, aquella que solo Dios puede dar. Y luego, “bienaventurados los misericordiosos, porque encontraran misericordia”. Felices los que saben perdonar, que tiene misericordia por los demás, que no juzgan todo ni a todos, sino que buscan ponerse en el lugar de los otros. El perdón es la cosa de lo cual todos tenemos necesidad, nadie está excluido. Por eso al inicio de la Misa nos reconocemos por aquello que somos, es decir pecadores. Y no es un modo de decir, una formalidad: es un acto de verdad. “Señor, aquí estoy, ten piedad de mi”. Y si sabemos dar a los demás el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados. Como decimos en el “Padre Nuestro”: Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. “Bienaventurados los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Miremos el rostro de aquellos que van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices? Aquellos que buscan siempre la ocasión para engañar, para aprovecharse de los demás, ¿son felices? No, no pueden ser felices. En cambio, aquellos que cada día, con paciencia, buscan sembrar la paz, son artesanos de paz, de reconciliación, ellos son bienaventurados, porque son verdaderos hijos de nuestro Padre del Cielo, que siembra siempre y solo paz, al punto que ha enviado al mundo su Hijo como semilla de paz para la humanidad. Queridos hermanos y hermanas, este es el camino de la santidad, y es el mismo camino de la felicidad. Es el camino que ha recorrido Jesús, es más, es Él mismo este camino: quien camina con Él y pasa a través de Él entra en la vida, en la vida eterna. Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser humildes, la gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia. Así han hecho los Santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestra peregrinación terrena, nos animan a ir adelante. Su intercesión nos ayude a caminar en la vía de Jesús, y obtenga la felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, para los que ofrecemos esta Misa. Así sea.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXX T.O
Domingo XXX T.O
- COMO BARTIMEO. "Hijo de David, ten compasión de mí" (Mc 10, 47). Bartimeo era un pobre ciego que pedía limosna al borde del camino que, procedente de Jerusalén, llega a Jericó. Hasta que un día pasó Jesús cerca de él. Al principio, el ciego sólo percibía el rumor de la gente que pasaba, más bulliciosa que de costumbre. Extrañado ante aquel alboroto preguntó que ocurría: Es Jesús de Nazaret que pasa, le dijeron. Entonces la oscuridad que le envolvía se tornó luminosa y clara por la fuerza de su fe, y lleno de esperanza comenzó a gritar con todas las fuerzas: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí..." También nosotros somos muchas veces pobres ciegos sentados a la orilla del camino, pordioseando a unos y otros un poco de luz y de amor para nuestra vida oscura y fría. Sumidos como Bartimeo en las tinieblas de nuestro egoísmo o de nuestra sensualidad. Quizá escuchamos el rumor de quienes acompañan a Jesús, pero no aprovechamos su cercanía y seguimos sentados e indolentes, tranquilos en nuestra soledad y apagamiento. Es preciso reaccionar, es necesario recurrir a Jesucristo, nuestro Mesías y Salvador. Gritarle una y otra vez que tenga compasión de nosotros. La voz del ciego se alzaba sobre el bullicio de la gente, tanto que era una nota discordante y estridente, molesta para todos. Cállate ya, le decían. Pero él gritaba aún más. Jesús no quiso hacerle esperar y llevado de su inmensa compasión llamó a Bartimeo. Cuando el mendigo escuchó que el Maestro lo llamaba, arrojó su manto, loco de contento, dio un salto y se acercó como pudo a Jesús. Eran sentimientos de júbilo indescriptible, que también han de embargar nuestros corazones, pues también a nosotros nos llama Cristo para preguntarnos como a Bartimeo: "¿Qué quieres que haga yo por ti?”. Bartimeo no dudó ni un momento en suplicar: "Maestro, que pueda ver". Jesús tampoco retarda su respuesta: "Anda, tu fe te ha curado". Y al instante la oscuridad del ciego se disipa bajo una luz que le permite contemplar extasiado cuanto le rodea, ese espectáculo único que es la vida misma. Vamos a seguir clamando con la misma plegaria en el fondo de nuestra alma, sin cansarnos jamás: Señor, que yo vea. Señor, que pueda contemplar tu grandeza divina en las mil minucias humanas y materiales que nos circundan, que tu luz mantenga encendido nuestro amor y brillante nuestra esperanza.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXIX T.O
Domingo XXIX T.O
Continuando con la lectura del Evangelio de San Marcos, este domingo la liturgia nos lleva a reflexionar entorno al carácter servicial de la autoridad, y del seguimiento de Cristo. Dos de los protagonistas del relato son los hermanos Santiago y Juan, apóstoles de Jesús. Estos eran hijos de un pescador judío llamado Zebedeo y de Salomé. Estos hermanos se dirigen a Jesús con un pedido muy especial; “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Este pasaje tiene su paralelo en Mateo, las palabras y el sentido del relato son exactamente el mismo, siendo que la diferencia radica en que la madre de Santiago y Juan es quien hace el pedido a Jesús, y dialoga con Él. Jesús responde claramente que no saben lo que piden. Como hemos visto en anteriores domingos, Jesús había anunciado a sus discípulos que debía padecer, morir y resucitar al tercer día. A este mismo pasaje del Evangelio de San Marcos le precede el tercer anuncio de la Pasión. Por lo tanto este pedido de Santiago y Juan nos muestra que quienes acompañaban a Jesús en ese momento, estaban inmersos en sus propios intereses, y no habían captado correctamente las palabras de Jesús. Quieren participar de la gloria de Cristo, y este es un magnífico deseo, el mejor que cualquier hombre puede desear en su vida. Pero desconocen que el camino de la Gloria es el de la Cruz. Confunden la gloria con una propia aspiración personal, el éxito terreno, el prestigio y la honra. A la pregunta de Jesús, acerca de si pueden beber el cáliz y recibir el mismo bautismo, ellos responden que sí. Jesús consintió, pero con respecto al pedido de sentarse a la derecha o a la izquierda en el Reino, Jesús dice, que sólo al Padre le corresponde concederlo, y no a él. “Beber el cáliz”, del sufrimiento o de la alegría era una metáfora muy usada en la literatura judía para referirse a los dolores o alegrías que debía experimentar una persona; aquí se refiere a la Pasión de Cristo. No es una pretensión equivocada la de los hermanos, su deseo es vivir algo grande e inmenso, aunque no lleguen a comprender que se trata del Reino de los cielos. Por lo tanto no es una grandeza según los esquemas del mundo en que todo se mide por el éxito, poder, dinero, etc. Sino que Jesús propone un camino diferente para lograr esta grandeza: la humildad. Los otros diez apóstoles que escucharon el pedido de los hermanos Santiago y Juan, se indignaron, y tuvieron malos sentimientos. Surge en ellos el veneno de la envidia y de la ambición, sentimientos comunes de quienes buscan el poder, y el reconocimiento. Es por eso que Jesús pone el ejemplo de los gobernantes, y de los poderosos, haciendo un llamado a no ser como ellos. Para ser “grande”, hay que hacerse servidor, y para ser el primero, hay que hacerse el sirviente de los hermanos. Esto no es sólo una enseñanza de Jesús, sino lo que Él mismo vino hacer: a servir y a dar su vida en rescate de una multitud. Jesús enseña con sus palabras, pero más aún con su propia vida.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXVIII T.O
Domingo XXVIII T.O
O se sirve a Dios o a las riquezas, porque “no se puede servir a dos señores”. Esta fue la reflexión del Papa Francisco en la homilía de la casa de Santa Marta a primera hora de la mañana al recordar que uno de los mayores dones de Dios es el de la felicidad. El Papa comentó el pasaje del joven rico “que quería seguir al Señor, pero al final era tan rico que eligió las riquezas”. “Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los cielos”, afirmó. Al comentar el Evangelio, habló de la actitud de Pedro ante Jesús cuando le dice: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Y la respuesta de Jesús “fue clara”: “nadie que haya dejado todo quedará sin recibir el ciento por uno”. “El Señor no sabe dar menos de todo. Cuando Él dona algo se dona a sí mismo, que es todo” porque “la plenitud de Dios es una plenitud realizada en la cruz”. “Este es el don de Dios: la plenitud crucificada. Y este es el estilo del cristiano: buscar la plenitud, recibir la plenitud y seguir por este camino. No es fácil. ¿Y cuál es el signo de que voy adelante en este dar todo y recibir todo? ‘Glorifica al Señor con ojo generoso y contento. En cada ofrenda muestra tu rostro alegre’”. Sin embargo, “el joven rico tiene el rostro oscurecido y anda triste”. “No ha sido capaz de recibir, de acoger esta plenitud” pero “los santos, Pedro mismo, la han acogido y en medio de las pruebas, de las dificultades tenían el rostro alegre, el ojo contento y la alegría del corazón”. Francisco finalizó recordando a San Alberto Hurtado: “trabajaba siempre, dificultad tras dificultad. Trabajaba por los pobres. Fue de verdad un hombre que hizo camino en ese país. La caridad para la asistencia a los hombres. Pero fue perseguido, con muchos sufrimientos. Pero cuando estaba ahí, clavado en la cruz, la frase era: ‘Contento, Señor, Contento’”. “Que él nos enseñe a ir en este camino, nos de la gracia de hacer este camino un poco difícil del ‘todo o nada’, de la plenitud clavada en la cruz de Jesucristo y decir siempre, sobre todo en las dificultades: ‘contento, Señor, contento’”
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXVII T.O
Domingo XXVII T.O
Este es el vigésimo sexto domingo del tiempo ordinario, y la liturgia nos sigue conduciendo por el Evangelio de San Marcos. Claramente están expresados en esta lectura dos relatos. Uno sobre el matrimonio y el divorcio, y otro sobre Jesús y los niños. Todo comienza con una pregunta de los fariseos. “¿Puede un hombre separarse de su mujer?”. Dice el Evangelio que los fariseos preguntaban para ponerle pruebas al Señor. Es decir deliberadamente intentaban hacer que Jesús se equivoque, o que diga algo que este por “fuera” de la Ley, para poder condenarlo. Jesús no da primeramente una respuesta, sino que les hace recordar lo que dijo Moisés sobre el tema en cuestión. Moisés había permitido el divorcio en algunos casos, y esto era algo conocido por los judíos. Pero Jesús va más allá, indicándoles que si Moisés se los permitió era por la dureza de sus corazones. Jesús cita el libro del Génesis, para recordar la creación del hombre y de la mujer como obra de Dios, y sobre el fin último de estos, siendo llamados a ser una sola carne. Jesús además agrega, “que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Luego, cuando volvían a casa, la pregunta vuelve a repetirse, esta vez no son los fariseos quienes la realizan sino sus discípulos. Seguramente querían saber más y comprender mejor acerca de sus palabras. En este caso Jesús explica de que modo un hombre o una mujer comete adulterio, y deja en claro cual es su enseñanza acerca del matrimonio. Si recordamos la pregunta original de los fariseos, era acerca de si un hombre se separaba de su esposa, y no viceversa. Jesús va más allá, en su respuesta pone a la mujer a la misma altura que el hombre ante la Ley. Las mujeres por estos tiempos al igual que los niños, eran consideradas inferiores, y el peso de la ley recaía más fuerte sobre ellas. Esto es un gran avance porque tanto el hombre como la mujer pueden cometer el adulterio. Esta igualdad del varón y la mujer frente a la ley es un paso muy importante para el mismo desarrollo del cristianismo y lo que aportó a la sociedad: La Igualdad. En la segunda parte del relato, se le presenta a Jesús unos niños para que lo tocara. Jesús acostumbraba tocar a los niños imponiéndoles las manos e implorando la bendición sobre ellos. Los discípulos al ver el gesto de Jesús para con los niños, los reprenden. Aquí volvemos a lo anterior, ciertas actitudes de los judíos se habían vuelto escenarios culturales, costumbres generalizadas, entre ellas el desprecio por los niños, ellos figuraban como los menos importantes en la comunidad. Jesús reprendido a sus discípulos y se enoja. Pocas veces el Evangelio nos cuenta este sentimiento, pero cuando lo hace nos da una categórica razón. “Dejen que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidan porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos”. Es asombroso ver la importancia que Jesús atribuye a los niños. Es que en la infancia los valores humanos, y espirituales se conservan íntegros, es allí que los niños son la mejor imagen de la humildad, la sencillez, y de la pureza. Por lo tanto se debe ser como ellos, intentando y buscando imitar siempre las cualidades que los identifican. La bendición junto con la imposición de manos es un signo de cercanía y aceptación.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXVI T.O
Domingo XXVI T.O
Este domingo continuamos la lectura del Evangelio de San Marcos, en su noveno capítulo. Si bien toda la Palabra de Dios se debe leer en su contexto, para poder de esta forma comprender correctamente lo que Dios quiere decir, en este caso aún más se requiere afinar la contextualización, y el sentido verdadero de las palabras de Jesús. Sin esto previamente asimilado, la lectura de este relato nos dejará una imagen de un Jesús “duro”, muy diferente de lo que realmente es. Todo comienza con la intervención de Juan, que en nombre de los discípulos le acerca a Jesús una experiencia ocurrida al observar a una persona expulsar demonios en su nombre. Visiblemente Juan expresa todo esto a Jesús en un tono escandalizado. Los discípulos intentan impedir que una persona expulse demonios en nombre de Jesús, siendo el argumento de Juan “no es de los nuestros”. Esta frase nos acerca el sentido de pertenencia de los discípulos a esta comunidad que conformaban entorno a su maestro Jesús. Por lo tanto todo aquel que no pertenecía a esta comunidad, era visto a los ojos de estos como extraños, e inhabilitados a sanar o expulsar demonios. Siendo de esta manera los poderes de obrar milagros, una exclusividad de los discípulos. La respuesta de Jesús los toma por sorpresa: “No se lo impidan”. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles que el poder de Dios, puede obrar cosas buenas y hasta prodigiosas incluso fuera de este círculo, y que se puede colaborar con la causa del Reino de diversas maneras. Esto es conocido también como “semillas del Verbo”, es decir ciertos rasgos y características propias del Evangelio también se encuentran por fuera de la comunidad eclesial. Todo lo que es bueno viene de Dios. Por lo tanto hay que alegrarse si alguien “externo” a la comunidad obra el bien en nombre de Cristo, siempre que lo haga con recta intención y con respeto. Jesús asegura que estos no quedaran sin recompensa, dando como ejemplo a quien “dé de beber un vaso de agua por el hecho de pertenecer a Cristo”. Por otro lado Jesús se refiere a la gravedad del escándalo. El termino escándalo proviene del griego, que viene a significar “obstáculo”. Escandalizar a quienes creen en Jesús es poner un obstáculo en su camino de fe. De allí que es tan grave el escándalo, ya que genera peligrosas consecuencias. Entre ellas, el abandono de la fe, la falta de deseo de seguir a Cristo, la duda y la confusión. Jesús dice…“Más le valdría que…” o “si tu mano es ocasión de pecado córtatela”. Jesús utiliza la hipérbole, es decir una exageración para referirse lo que le convendría a quien escandaliza. Jesús no dice que tal cosa le ocurrirá, sino, que en comparación a la grandeza del Reino sería preferible perder un órgano o morir antes que pecar por escándalo, y quedar fuera del Reino de los Cielos. La Gehena que nombra Jesús, era un valle situado al sur de Jerusalén, que era utilizado como basurero, donde se quemaban los desperdicios, había fuego y humo maloliente. En este lugar algunos israelitas habían sacrificado antiguamente víctimas humanas al dios Moloc, especialmente niños y por este motivo, simboliza el lugar del castigo más grave. Dice Jesús que en la Gehena, “el gusano no muere y el fuego no se apaga”, citando de esta manera al libro del profeta Isaías en su ultimo versículo. Grandes imágenes se nos presentan acerca del cielo, y del infierno, algunas de ellas parecen ser sacadas de películas de ciencia ficción, aunque en lo concreto solo se trata de la presencia de Dios en una, y en la otra de su ausencia. Es decir la Gehena no es otra cosa que la ausencia de Dios, y el Cielo es la presencia de Dios en plenitud. Es un claro esfuerzo de Jesús para hacer comprender la grandeza y la magnificencia de la vida eterna, realizando un apremiante llamado a buscar por sobre todas las cosas el Reino de Dios, todo lo demás resulta pequeño.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXV T.O ¿Quién es el más importante?
Domingo XXV T.O ¿Quién es el más importante?
A los discípulos de Jesús no les entraba en la cabeza el que su Maestro tuviera que pasar por el túnel del sufrimiento, que para ser el primero se tenga que ser el servidor de todos, que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial. No era fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero para ser discípulos de Cristo tenían que cambiar. Debían aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo, y lo sigue siendo para los cristianos de hoy. La cultura en la que vivimos y la mentalidad de nuestros contemporáneos está hecha al cambio. Se cambia más fácilmente que antes de trabajo, de computadora, de coche, de casa, de país... Se cambian también los modos de pensar y vivir, los valores de comportamiento, y hasta la misma religión. El cambio está a la orden del día, y quien no cambia, pronto pasa a formar parte de los retros. Pero, ¡claro!, no todo cambio es bueno para el hombre. Ni todo cambio indica progreso. Hay cambios que son una desgracia, como el tener que dejar el país y la familia para buscar trabajo. El cambio al que la liturgia nos invita es el cambio desde Dios. Es decir, aquel cambio que Dios quiere y espera del hombre para que sea más hombre, para que viva mejor y más plenamente su dignidad humana. El cambio que Dios quiere es el de la injusticia a la justicia, del abuso al servicio de los demás, de la infidelidad a la fidelidad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la cultura de muerte a la cultura de la vida, del pecado a la gracia y a la santidad.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXIV T.O
Domingo XXIV T.O
Mucha gente pensaba que Jesús era un profeta o alguien especial con una misión divina. El que más se aproxima es Pedro, que lo reconoce como Mesías. Había dado en el clavo, pero de todas formas tampoco tenía muy claro un mesianismo con notas de mucho padecimiento, condena y ejecución. Jesús se autoidentifica como el “Hijo del hombre”, un término ya usado en el Antiguo Testamento que recoge dos rasgos en contraste: exaltación y humillación, poder y debilidad. El “mesías-héroe” que anhelaban no casa con la humillación y la debilidad, sí con la exaltación y el poder. Como le sucedió a Pedro a todos nos cuesta que se desbaraten nuestros sueños e ilusiones. Nos hacemos pronto la idea del final feliz y sin complicaciones. Sin embargo, hemos de entender que Jesús es también mesías en el sufrimiento y en el dolor, mostrándonos así la sabiduría de la cruz. Y en esa experiencia queremos también nosotros vivir: coger la cruz cada día, sabiendo que tú, Señor, nos sostienes.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXIII T.O
Domingo XXIII T.O
El Evangelio de hoy concluye con una alabanza a Dios por parte de la multitud, con palabras de Isaías referidas a los tiempos de la Salvación (Iº Lect.): ?Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, cantará la lengua del mudo...? La multitud aclama a Jesús porque ha hecho estas cosas, y por lo tanto está dando cumplimiento a las profecías. + Pero Jesús viene a curarnos de todos nuestros males... No hay peor ciego... que el que no quiere ver a Dios. No hay peor sordo... que el que no quiere escuchar la Palabra de Dios. No hay peor mudo... que el que no quiere dar una respuesta a Dios que interpela nuestra vida, que nos llama y nos espera... Éste es sin dudas el peor modo de ser ciego, sordo y mudo... Y Jesús, Dios Salvador, viene a curar definitivamente estos males espirituales. + Generalmente, Jesús realiza sus milagros a través de su palabra poderosa (vg.: ?lo quiero, queda purificado de la lepra...? [Mt 8,3])... Pero en el milagro de hoy abundan los gestos: Jesús introduce los dedos en el oído, pone saliva sobre la lengua, suspira, dice una palabra en su propio idioma... ¿Qué significa todo esto? Un verdadero o de Jesús con el enfermo, para curarlo como sólo Dios sabe hacer las cosas: para redimirnos y salvarnos no da directivas desde el Cielo, sino que baja hasta nosotros, se mete en nuestra historia, asume nuestro ?barro? mortal en todo (excepto en el pecado, del cual el viene precisamente a curarnos). No sintió repugnancia de nosotros, sino que se hizo hombre igual a nosotros, uno de nosotros, para salvarnos... + Preguntémonos hoy como estamos nosotros frente a Dios. Porque Él nos habla... pero podemos estar ?sordos?... Él espera nuestra respuesta... pero podemos estar ?mudos?... Él nos muestra su Amor... pero podemos estar ?ciegos?... Jesús quiere entrar efectivamente en o con nosotros. Y por eso nos toca con sus sacramentos: nos lava con el agua bautismal; nos vuelve a limpiar con su Palabra de perdón en la Confesión; nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre: así nos redime, nos salva, nos vivifica, así restaura en nosotros la imagen y semejanza de Dios que nosotros deterioramos con nuestros pecados, y nos transforma en templos de su gloria. + El Evangelio de hoy debe hacernos pensar en lo que ocurrió en nuestro Bautismo, cuando en el rito llamado precisamente ?Efeta?, el sacerdote, tocándonos el oído y la boca, nos invitó a escuchar la palabra y a profesar la Fe... + María habla poco en el Evangelio. Y cuando lo hace, es para alabar: Magnificat. Es un buen estímulo para que nosotros no enmudezcamos a la hora de alabar... y para que recordemos que la otra cara de la alabanza es la ALEGRÍA. Amén.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXII T.O
Domingo XXII T.O
Si nuestros gestos exteriores no están sustentados por un espíritu sincero, pueden convertirse en meras formalidades, en trampas que anestesian nuestra conciencia y nos impiden un compromiso profundo con la realidad. Como los fariseos del Evangelio de hoy, corremos siempre el riesgo de quedarnos en exterioridades, confundiendo la santidad con algunos signos exteriores, y olvidando el interior: el corazón, fuente de las intenciones del hombre (buenas y malas), y por ende lo que define moralmente a la persona. + O puede ocurrirnos que pensemos (erróneamente) que el pecado es algo ?flotando? en el aire, y se nos ?pega? incluso sin que nos demos cuenta; una ?mala onda? que hay que conjurar con no sé qué extraños ritos; o un ?daño?, que otros pueden hacerme en contra de mi voluntad; o que la santidad es una mera norma exterior, que ?cumplimos? por rutina, distraídamente, o incluso por figuración o con intención no del todo pura. + ?Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre? Ésta es la verdadera situación del hombre respecto del pecado. Nadie peca ?sin querer? o ?por casualidad?. Para que haya pecado tiene que haber mala intención en el corazón. Eso es lo que determina el pecado, incluso aunque esa mala intención no llegue a ponerse en obra: ?el que odia en su corazón...? ?el que mira con mal deseo...? ya ha ?manchado? su corazón con el odio y el acoso (¿qué es a-cosar, sino tratar a las personas como si fuesen cosas?...) Y la verdadera santidad pasa también por el corazón... Un corazón purificado por la Gracia de Dios es el que produce obras de santidad. De nada sirven actos puramente exteriores, hechos sin ninguna intención de comprometerse personalmente, profundamente con el Señor (así en las oraciones, limosnas, peregrinaciones, colaboraciones, visitas a santuarios, promesas, etc.). Una última consideración: puro de corazón es quien busca agradar a Dios, y sólo a Él... Esta rectitud de intención es fundamental... Fruto de esta pureza de corazón es una enorme libertad, y una conciencia de las cosas claras como son. Libertad que contrarresta la esclavitud, tan sutil como peligrosa, de depender demasiado de los juicios humanos... A todos Jesús nos pide que examinemos de qué corazón proceden nuestras obras: si de un corazón esclavo, impuro, egoísta... o de un corazón puro, que se purifica incesantemente en la búsqueda del Rostro y la Voluntad del Señor... como María...
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XXI T.O
Domingo XXI T.O
En este texto encontramos palabras de Jesús muy fuertes como: “el Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve”. Aquí el termino carne hace referencia a la parte de “este mundo” donde más observamos la parte de la naturaleza humana visible, es decir aquello que nos es propio y nos diferencia de Dios que es puro Espíritu. El Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo, en los demás sacramentos y que acompaña nuestra vida, nos abre a la inteligencia, para poder conocer y entender mejor los misterios de la Fe. Ser cristiano significa haberse encontrado con la persona de Jesús, haber conocido sus palabras, sus gestos, su ser más interior. Ser cristiano es dejarse atraer por el amor de Jesús que sale al encuentro del hombre. Es por eso que Jesús dice que quien va a Él, es porque Dios se lo concede. Por pura iniciativa suya, no somos nosotros quienes decidimos ser cristianos o creyentes, convencidos en alguna idea interesante, lo somos porque Dios salió a nuestro encuentro, se puso en el camino, y nos mostró una forma nueva de vivir, capaz de transformarlo todo y de trascenderlo todo. Así pasamos del hombre viejo al hombre nuevo, cargado de esperanzas, con los pies puestos sobre las huellas de Jesús, y con los ojos en el Reino de los Cielos. La vida cristiana se trata de esto, de optar. Porque somos libres podemos elegir, de la misma manera que los que estaban presentes escuchando las palabras de Jesús, eligieron abandonarlo cuando el mensaje pareció difícil o duro. Se le presentó a cada uno de ellos la Buena Nueva en persona: Jesús, el Cristo. Pero se resistieron buscando un camino más fácil o rápido. El ser humano busca la felicidad, cada uno pone un nombre propio a esta “felicidad”; para unos es Dios, pero para otros puede ser el poder, el dinero, la fama o el éxito. Sólo en la opción por Dios reside la felicidad verdadera, las demás se presentan solo como opciones fáciles o rápidas, por lo tanto podemos afirmar que no se trataría de la felicidad con mayúsculas sino más bien de placeres o pasares momentáneos. A esto también es a lo que Jesús dice: “La carne de nada sirve”.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XX T.O
Domingo XX T.O
En el Evangelio de hoy continúa el diálogo de Jesús con los que le pidieron de “ese pan” que quien lo comiera no volvería a tener hambre, notamos que, en la discusión, mientras El más explicaciones les daba, ellos más se escandalizaban. “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el Pan que Yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida” (Jn. 6, 51-58). La respuesta no se dejó esperar: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Respuesta justificable, pues ¿cómo podían comer la carne de uno semejante a ellos? Sin embargo, ante tal objeción, Jesús no se retracta, sino que continúa su argumentación con mayor ahínco. “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Les plantea un misterio. Y no da explicaciones que puedan hacer el misterio más comprensible. Tal vez porque quienes no creen en El, tampoco aceptarían sus explicaciones. El Señor quiere nuestra fe. Y la fe la tenemos como un regalo de El. Claro está: la fe don de Dios, hay que hacerla crecer precisamente con nuestros actos de fe en Cristo, el Hijo de Dios. “Señor, creo que estás verdaderamente presente en la hostia consagrada”. “Señor, creo que estás presente en el altar con todo tu ser de Hombre y todo tu ser de Dios”. “Señor, creo, aumenta mi fe”. La fe hay que practicarla para que crezca día a día.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XIX T.O
Domingo XIX T.O
Jesús es el Pan de Vida, no como en “maná”, que quienes lo comieron, finalmente murieron. El maná sólo fue figura, este Pan de Vida es presencia real. Dios se hace “Pan”, para nosotros principalmente en la encarnación, el Logos, o sea el Verbo Eterno que Dios pronuncia para salvarnos es la persona de Jesús. La Palabra se hace carne, se hace uno de nosotros. Su carne es vida para el mundo, este es el maná que la humanidad esperaba, con este pan bajado del cielo, podemos vivir en lo más hondo como hombres. La encarnación, y la eucaristía están íntimamente relacionadas, ambas nos hablan de la persona de Jesús, y como el gran encuentro de Dios con los hombres. Con la encarnación Dios salió al encuentro del hombre de la forma más tangible, y a través de la eucarística eligió el modo de permanecer entre nosotros, hasta el fin del mundo.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XVIII T.O
Domingo XVIII T.O
Los que habían comido del pan que les había dado Jesús, fueron a buscarle, cuando se dieron cuenta de que había desaparecido. Habían gozado tanto. Estaba tan rico aquel pan. Para aquellos cuya vida había significado sólo lucha y sufrimiento el hecho de haber sido regalados con semejante banquete, un poco de pan y un poco de pescado, fue motivo suficiente para ir a la búsqueda del que se lo había regalado. Por eso, buscan a Jesús. Ciertamente aquellos que buscaban a Jesús, de los que nos habla el Evangelio de hoy, no entendieron a la primera lo que significaba que Jesús fuera el “pan de vida”. Ellos lo que entendían con total claridad era el pan y el pescado que comieron, que Jesús les había dado, que les hizo sentirse saciados y quizá les posibilitó hasta dormir una buena siesta. Y lo entendían sencillamente porque tenían hambre. Será necesario un largo proceso hasta que lleguen a pasar del hambre físico al hambre de vida que era el que Jesús les estaba ofreciendo saciar. Pero, al menos, el primer paso ya lo han dado. Por el contrario, los que no tienen hambre desprecian el pan, los que se sienten saciados no necesitan de nada. Jesús puede estar en su vida, pero no pasará de ser un adorno más.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XVII T.O
Domingo XVII T.O
Según los entendidos en el rumbo de la historia,estamos inmersos en medio de una gran transformación que ha producido el surgimiento de una“sociedad de mercado”, donde todo se mercantiliza. La búsqueda de la ganancia ha invadido a todas las instituciones, tanto políticas, sociales como religiosas y aún hasta la familia misma. El clima favorable para vivir relaciones de gratuidad disminuye de prisa. El cálculo, la búsqueda de ventajas e intereses personales prevalece sobre la generosidad y la gratuidad. Los relatos evangélicos son una piedra en el zapato en esta hora de tanta mezquindad. El gran milagro que necesitamos actualizar dentro de las comunidades cristianas es la vivencia de iniciativas de cooperación, ayuda mutua y solidaridad de forma permanente, a fin de ofrecer una alternativa esperanzadora en un mundo donde están prevaleciendo los valores individuales, en detrimento de los valores comunitarios.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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Domingo XVI T.O
Domingo XVI T.O
Este es el XVI Domingo del Tiempo Ordinario, y la liturgia nos sigue conduciendo en la lectura del Evangelio del Evangelista San Marcos. Este relato es una continuación al Evangelio del pasado domingo. En este caso los apóstoles regresan de la misión encomendada por Jesús de ir de dos en dos por los pueblos predicando, y sanando enfermos. Los Apóstoles vuelven a encontrarse con Jesús, aquel que los envío. Aquí esta la clave, no se dispersan por distintas tierras configurándose a otras formas de pensar, y de actuar, sino que conservan en ellos el signo de la Buena Noticia que recibieron, y una vez cumplida la misión regresan para estar con su Maestro, y Señor. Él es el centro y fundamento de la comunidad apostólica. “Lo que habían hecho y enseñado”, la misión no es sólo la predicación, no bastan las palabras, sino que se necesita de obras, y de testimonios. El signo de “volver”, es también una imagen del dar cuenta al final de nuestra vida, o ante cada ministerio o misión encomendada de lo hecho, y enseñado para bien de la evangelización. Jesús los recibe, y en un primer momento sólo se permite escucharlos. Escuchar es importante para comprender lo que el otro vive y siente, es una cualidad empática que Jesús sabe desarrollar una y otra vez. Es por esto que conoce la fatiga que embarga a cada uno de ellos, y les propone el “descansar”. “Vengan ustedes solos, a un paraje despoblado, a descansar un rato”. Jesús marca en sus palabras la necesidad que tuvo de conceder el descanso a sus discípulos. Jesús es el Buen Pastor, que se ocupa de sus ovejas. Las palabras del Salmo 22, nos ayudan a ambientarnos en el pasaje del evangelio de hoy, y a sondear la invitación de Jesús a sus discípulos; “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”. “Porque los que iban y venían eran tantos, que no les quedaba tiempo ni para comer”. Los discípulos en su tarea apostólica están necesitados de un sano equilibrio entre el arrebato de las cosas cotidianas, y la necesidad de descansar junto al Señor. Descansar, no para estar más “relajado” o “tranquilo”, sino para recobrar fuerzas pérdidas, y así llevar adelante la misión una vez más. Esta idea de descanso, es el estilo de lo que conocemos hoy como retiros espirituales, un tiempo de “escape de tareas regulares”, dedicado sólo a Dios, y para estar con Él. “Se fueron en la Barca, pero muchos los vieron marcharse y fueron corriendo a pie hasta allá”. La muchedumbre corre al encuentro del Señor, quiere estar cerca de él, verlo, y escuchar sus palabras. Es interesante resaltar lo que ocurre con Jesús al descender de la barca; “ve y se conmueve”. Estos rasgos de Jesús, están impregnados de un gran ardor apostólico, y misionero. Jesús ve la realidad que lo rodea sin ser indiferente a ella. Pero no se queda ahí, sino que pasa por su corazón todo lo que ve, conmoviéndose. Esta es la misericordia de Jesús. En este caso Jesús ve a la multitud, y se conmueve porque estaban como oveja sin pastor. Es una imagen muy apropiada para explicar la soledad de una multitud que no llega a ser propiamente una comunidad. Cuando una oveja está sin pastor, difícilmente encuentra el camino correcto para regresar, y se expone a muchos peligros que la acechan; ladrones, fieras, falta de alimento. “Y se puso a enseñarles muchas cosas”. Jesús no solo ve y se conmueve, sino que responde, se pone inmediatamente en acción. Ante una muchedumbre hambrienta, desordenada, y sin rumbo, ahora encuentran en Jesús, su buen pastor que los congrega y los hace comunidad.
Fe, filosofía y espiritualidad 6 años
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