Sábado IV de Pascua 4a6p62

Del Evangelio de Juan.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos si me conocierais a mí, conoceríais también a mi padre.

Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.

Felipe le dice, Señor, muéstranos al padre y nos basta.

Jesús le replica, hace tanto que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.

¿Cómo dices tú, muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia.

El Padre que permanece en mí, Él mismo hace las obras.

Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mí.

Si no, creed a las obras.

En verdad, en verdad os digo, el que cree en mí, también Él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.

Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.

Hoy leemos un pasaje profundamente cristológico y teológico.

Jesús revela el corazón de su identidad.

Él y el Padre son uno.

No es un simple enviado, sino que en Él se manifiesta plenamente el rostro del Padre.

Ver a Jesús es ver al Padre, escucharlo es escuchar al Padre.

Felipe, como muchos de nosotros, desea una confirmación más palpable.

Muéstranos al Padre.

Pero Jesús le responde con firmeza y ternura.

Ya lo han visto en Él.

Es una invitación a la fe profunda y a reconocer que Dios se nos ha mostrado de manera definitiva en su Hijo.

Además, Jesús abre una perspectiva extraordinaria.

Quien cree en Él hará obras aún mayores.

¿Cómo es posible? Porque tras su resurrección y ascensión enviará el Espíritu Santo y su acción redentora continuará a través de sus discípulos.

Las obras mayores no son necesariamente milagros más espectaculares, sino la expansión del reino, la transformación del mundo a través del amor, el perdón y la fe.

Jesús nos revela que la fe no es una idea, sino una relación viva con Él, en la que experimentamos al mismo Dios.

En un mundo que sigue diciendo, muéstranos al Padre, los cristianos estamos llamados a reflejar con nuestra vida ese rostro del Padre que hemos conocido en Cristo.

Además, Jesús nos da una promesa que a menudo olvidamos.

Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré.

No se trata de una fórmula mágica, sino de una llamada a la oración confiada y en sintonía con su voluntad, para que en todo Dios sea glorificado.

¿Reconozco de verdad a Jesús como el rostro visible del Padre? ¿Dónde necesito crecer en mi fe para ver a Dios actuando en mi vida diaria? ¿Confío en el poder de la oración hecha en el nombre de Jesús?