Y así llevamos 56 años esperando - 9x20 - #EuroMag322 5n5s5

Eurolife Radio. Eurovisión al ritmo de la vida. Arracha León, buena tarda, buena vesprada, buenas tardes, bones tardes, buenas tardes. Hoy muchos de vosotros y vosotras estaréis esperando que estas palabras que compartimos al inicio de cada programa tengan que ver con el revamp de esa diva de Melody. Siento chafar esas expectativas, pero con la confianza que dan tantas horas de radio compartidas, hoy me permitiréis hablar desde el plano más personal.

Quienes hacemos comunicación, quienes estamos en los medios contando la actualidad, sea de la temática que sea, vamos pasando por esas historias y temas, abrazando con entusiasmo unas y olvidando después otras. Nos pasa por ejemplo con la política. ¿Quién habla ahora de Begoña Gómez? ¿Quién está pendiente ahora de la independencia de Cataluña? Hay temas que igual que vienen, se van. Quizás la cara más cruda de esta triste realidad se la lleven los conflictos armados, las guerras.

En 2022 todos hablábamos a todas horas de Ucrania, para en 2023 olvidarlo y hablar de Gaza, conflicto que también hemos olvidado ahora que Donald Trump ha vuelto a poner a Ucrania en el mapa, aunque no lo haya hecho en los mejores términos que digamos. Creo que es por una defensa personal que nos imponemos hablar desde la frialdad de los números sin reparar en las historias personales que estas guerras traen consigo.

Hablábamos de cientos de muertos cada día por la pandemia, con una frialdad absoluta para intentar que las historias personales de Carmen, Manolo, Francisco o Letizia, entre otros, no nos tocaran. Lo mismo nos pasa cuando en Donetsk mueren decenas de ucranianos y rusos víctimas de los ataques de uno u otro bando. Lo mismo nos pasa cuando en un pueblo de Gaza o Cisjordania fallecen 30, 40 o 50 palestinos por una ofensiva del ejército israelí. El número nos protege, en cierto sentido, deshumaniza el conflicto y nos permite seguir hablando de él como si la narración de un libro de historia se tratara.

El asunto es que cuando a uno le toca de forma personal ese conflicto, la cosa cambia. Yo entono el mea culpa porque he sido el primero en dejar de traer a este espacio Gaza y Ucrania por necesidad personal de desconectar de los horrores que nos rodean, pero hoy no puedo hacerlo porque la guerra en Ucrania me ha golpeado directamente a mí y a mi familia. Quienes seáis oyentes habituales de Uromak recordaréis que hace tres años, cuando comenzó la guerra en Ucrania, compartí cómo dos jóvenes, un chico y una chica, de la zona de Chernóbil vinieron a pasar los veranos con mis tíos aquí al País Vasco durante una década.

Ellos, de 22 y 21 años respectivamente, se han visto golpeados directamente por este conflicto y más en concreto el chico. Él estaba haciendo el servicio militar obligatorio cuando estalló la guerra y ha ido moviéndose de Odessa a Kiev o Donetsk según le han requerido el ejército ucraniano en todo este tiempo. Lo último que supimos de él fue a finales de febrero, cuando les mandaron a Kursk, ciudad rusa que hasta hace bien poco controlaba Ucrania y que ahora Rusia ha recuperado. El 24 de febrero dejó de dar señales de vida, de comunicarse con sus padres, hermana y novia, y sólo esta semana han podido confirmar la peor de las noticias.

El pobre Seña falleció el pasado 24 de febrero en Kursk combatiendo una guerra que él no había provocado y en la que se vio envuelto sin comerlo ni beberlo. Su cuerpo, tristemente, será complicado o imposible de recuperar por estar en territorio ruso para una familia que ahora sólo le queda llorar su pérdida, ya que no podrán darle el adiós que les hubiera gustado. Algo que en España no suena, ¿no? Como él, decenas de chicos y chicas han perdido la vida luchando una guerra que no entienden, una guerra que no han buscado y una guerra en la que combaten todos menos aquellos que la han provocado.

Porque cuando todo esto acabe, los Putin, Zelensky, Trump y compañía seguirán haciendo su vida normal, pero no así los Sergei, Pasha, Vladimir, Oleksandr o Xenia que han dado su vida a cambio de miseria, dolor y una cicatriz que costará unas cuantas generaciones en cerrar. Dice una mítica canción vasca popularizada por el gran Mikel Lavoie y que ha sido versionada en infinidad de ocasiones, hasta por la mítica Joan Baez. Lo hizo en euskera, por cierto. Reza esta canción. Si al pájaro le hubiera cortado las alas, habría sido mío. No hubiese podido huir. Pero de esta manera ya no sería un pájaro. Y a mí, lo que me gustaba, era el pájaro. Este programa de hoy va dedicado a Xenia Vladichenko y a todos esos chicos y chicas a los que las guerras les cortaron las alas y no pudieron volver a volar.