
Descripción de La acequia g2bv
Las protagonistas del episodio número catorce son dos vecinas y supuestas amigas... si no fuera por el odio contenido y la envidia disimulada que levantan un muro entre ellas. La acequia jugó un papel fundamental, frustrando los planes de una de ellas. 6341o
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Bienvenidos a La Vida Mientras Tanto, un podcast para narrar historias de vida.
No pretendemos darte consejos sobre cómo debes vivir tu vida. Queremos contarte cómo viven su vida otras personas no tan ajenas a nosotros. Soy Alba Fité y os presento a Rosa Pardina, autora de las historias que va a compartir con nosotros en este podcast.
Buenos días, Rosa. Hola, buenos días, Alba. Vamos ya con un nuevo episodio de este podcast. Os voy a hablar de una historia que no sé hasta qué punto es secreta, porque en su día debió ser tan evidente para todos los habitantes del pueblo que a nadie le pasó desapercibida. Pero de eso hace ya muchos años, tantos que ha quedado enterrada bajo las ruinas de recuerdos posteriores. Estas cosas ocurren igual que en las ciudades de la antigüedad, en las que las nuevas casas se fueron construyendo sobre los escombros de las más antiguas, y año tras año estos restos anteriores fueron elevando el nivel del suelo que pisamos. Del mismo modo que los arqueólogos hurgan bajo tierra para hallar vestigios de otros tiempos, estas historias perdidas en el olvido sólo pueden descubrirse escarbando en los recuerdos, completando con conjeturas, dejando que sea la imaginación quien vaya llenando las lagunas.
Y es así como he ido componiendo esta historia, que no por tener su punto gracioso deja de ser trágica. Se titula La acequia. Ella había nacido en el pueblo, él en un pueblo cercano. No era fácil en aquellos tiempos relacionarse a varios kilómetros de distancia. Había que ir en burro o en carreta, en el mejor de los casos. La única posibilidad que tenían las jóvenes para conocer a muchachos de otros lugares era acudiendo a las fiestas de los pueblos vecinos. Pero los padres de ella se lo tenían terminantemente prohibido. Su única amiga, que tenía su misma edad, vivía justo en frente. Sus casas estaban separadas sólo por la carretera, poco transitada y mucho menos ruidosa de lo que es ahora.
Sólo se oía el traqueteo de algún carro cargado de chatarrería, o los cascabeles y cencerros de las mulas de los arrieros trajinando productos del campo, pellejos de vino, aceite o vinagre, que seguían su ruta de pueblo en pueblo. Su vecina creció antes que ella. A los 12 años ya le pasaba un palmo, sus pechos tensaban orgullosos sus camisas y su pelo castaño claro era la iración de todos. Ella tuvo que esperar todavía dos años para convertirse en mujer y con el cambio afloraron los granos, pequeñas protuberancias que afectaban su cara y que intentaba esconder dejando que su pelo se alborotara sobre su frente y sus mejillas. Mientras su amiga ya empezaba a coquetear con los muchachos del pueblo, ella los rehuía avergonzada de su aspecto. Así empezó su reputación de ser poco agraciada y poco simpática y cuando ya uno tiene ganada su fama es difícil que en un pueblo en el que todos se conocen te vean de otra forma.
Por esto nada cambió cuando a los 16 años su rostro se cubrió de una piel morena y tersa, sus pechos se hirvieron duros apuntando al frente y su cintura se convirtió en la antesala de unas caderas generosas que se balanceaban a su paso. Ella continuó siendo la amiga de la vecina guapa. Aquel año las huertas habían sido fecundas, los molinos de aceite y harina apenas habían descansado y las gentes del pueblo estaban eufóricas, tanto que durante las fiestas de agosto decidieron tirar la casa por la ventana y contratar a una orquesta. Cuando llegó el día los jóvenes no cabían en sí de emoción, un baile en la plaza mayor del pueblo. Su amiga y ella estuvieron probándose vestidos, arreglando escotes y acortando larguras, se peinaron la una a la otra y por fin
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