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La vida mientras tanto
Resuello en la noche

Resuello en la noche 2n1uq

3/4/2025 · 13:18
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La vida mientras tanto

Descripción de Resuello en la noche 3m2a4j

Atrévete a escuchar el relato de una noche de terror... ¿Quién respira plácidamente al otro lado de la cama si yo duermo sola?, se pregunta la protagonista sin atreverse a darse la vuelta para comprobarlo... 5m3p71

Lee el podcast de Resuello en la noche

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Bienvenidos a La Vida Mientras Tanto, un podcast para narrar historias de vida.

No pretendemos darte consejos sobre cómo debes vivir tu vida.

Queremos contarte cómo viven su vida otras personas no tan ajenas a nosotros.

Soy Alba Fité y os presento a Rosa Pardina, autora de las historias que va a compartir con nosotros en este podcast.

Buenos días Alba, hoy vamos a hablar de sueños, bueno, en realidad vamos a hablar de pesadillas.

Así que preparados para este relato que se titula Resuello en la noche.

Mis noches me han proporcionado siempre tantos desazones como descansos.

De pequeña me aterrorizaban hombres malvados que me perseguían por la calle, por la escalera de mi edificio y hasta por el pasillo de mi casa.

En aquellos tiempos me tiraba por una ventana o por el hueco de la escalera para despertar y si estaba en la calle, el hombre me pillaba seguro.

Aquella fue la peor época porque me costaba discernir entre sueño y realidad.

De ahí la excusa socorrida que utilizaba cuando tras decir algo me miraban raro.

Lo habré soñado, decía.

Era terrible ver a un duende sentado en mi cama que me obligaba a estarme quieta porque lo molestaba dando vueltas, o a un ser del inframundo que me agarraba por los pies y o me sujetaba con fuerza a las sábanas para que no me llevara con él.

Cuando tuve la responsabilidad de ser madre, los sueños se recrudecieron.

Perdía a mis hijos o los veía caer desde una barandilla sin que llegara tiempo de sujetarlos, o me olvidaba de ir a buscarlos a donde fuera que estuvieran, y entonces había oscurecido, y me mataba la angustia de pensar que estarían perdidos.

Por esto a veces me tocaba conducir desnuda para ir a recogerlos a la escuela, pero iba, porque prefería la vergüenza de verme en cueros a la desesperación de dejarlos abandonados.

Ya en mi madurez empecé a soñar nada más y nada menos que con el diablo, en forma de un hombre, de mirada pícara y sonrisa malévola, que no me provocaba terror, pero sí desazón, no iba por mí, sino a por otros de mi entorno, y en su mirada llevaba implícita la amenaza de estarme callada.

Sé que me has reconocido, pero si dices algo será peor.

Y yo me debatía entre proteger a los míos o callar, aunque hiciera lo que hiciera, todo iba siempre de mal en peor, hasta el momento álgido del desenlace, ¿sabéis aquel momento en que si fuera una película sonaría un grito? Pues en aquel momento yo despertaba.

Sin embargo, en las peores épocas de mi vida, cuando mi vigilia era en sí misma una pesadilla, mis sueños eran maravillosos.

Soñaba que volaba, a un recuerdo como conseguía elevarme del suelo, que nadaba sin que el mar me engullera, que estaba rodeada de animales como si yo misma formara parte de un documental y me veía montada a lomos de una jirafa agarrada a su cuello, contemplando desde aquella altura la inmensidad de la sabana.

Solo en aquellos momentos difíciles, mis sueños me dejaron en paz, comprendieron que ya tenía suficiente con mi vida para martirizarme también por las noches.

Me dieron tregua hasta que todo volvió a la normalidad y entonces regresaron, pero yo ya no era la misma y pedí ayuda para poder controlar las pesadillas, para que me enseñaran cómo despertar en los momentos de terror y enfrentarme a cualquier amenaza con la simple consciencia de reconocer que no era más que un sueño.

En aquel momento la tortura nocturna fue mucho menor, menos frecuente y muchísimo más llevadera.

Hasta ahora, porque no hace mucho, tuve una pesadilla que jamás olvidaré.

Sucedió en una de estas noches de lluvia incesante en las que parece que el cielo va a caernos encima.

Pasábamos el fin de semana con mi madre y mi hijo.

Sin muchas oportunidades de dar largos paseos, dedicamos los tres días a leer, cocinar, tragarnos alguna miniserie completa y comer unos buenos guisos otoñales.

Ocurrió una noche de sábado especialmente tormentosa.

Cenamos una contundente tortilla de patata con pan con tomate y abrimos la puerta.

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