
Dra. Vergara : deseos reprimidos 2 . relato de sexo y erotismo . 706b1k
Descripción de Dra. Vergara : deseos reprimidos 2 . relato de sexo y erotismo . 6qu6
Cuando la elegante y encantadora Doña Ester busca la ayuda de la psicóloga Sonia Vergara, lo hace con una preocupación legítima: su hijastro Manuel está comportándose de manera extraña. Pesadillas recurrentes, episodios de sonambulismo y un aire de tensión inexplicable envuelven su hogar. Pero a medida que la doctora indaga en el caso, descubre que detrás de los síntomas de Manuel podrían esconderse deseos ocultos, emociones reprimidas y una verdad que nadie está dispuesto a itir. ¿Logrará la doctora Vergara resolver el misterio… o terminará enredada en una situación más complicada de lo que imaginaba? Descúbrelo en Deseos Reprimidos, un relato que mezcla sexo, cachondeo y un toque de picardía. 516vy
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La doctora Vergara se acomodó en su asiento y empezó su explicación. Ahora, sobre las pesadillas.
Lo del biberón también es fascinante. Lo que probablemente está sucediendo es que Manuel está regresando, en sus sueños, a una etapa de desarrollo temprano. Está buscando consuelo, protección, pero en lugar de recibirlo, siente que se está asfixiando. Esto suele representar un conflicto interno relacionado con la maternidad y el apego. Esther asintió, todavía procesándolo de la mamada. La solución para esto también es simple. Añadió la doctora, como si estuviera a punto de dar una receta para hornear un pastel.
Tienes que darle pecho. Doña Esther casi se atragantó con su propia saliva. ¿Darle qué cosa? Señor Esther, usted debe darle pecho y simular la lactancia. Acurrúcalo en tus brazos como si fuera un bebé y ofrécele tus senos, incluso él te los debe mamar. Él necesita reconectar contigo, pero de una manera segura, sin asfixia. Pero, él tiene 18 años, doctora.
Señaló Esther, con un tono de incredulidad. Eso no importa. Lo que importa es la salud mental de Manuel. De nuevo, confía en mí. Estos métodos no son convencionales, pero son efectivos.
Esther se quedó inmóvil, intentando asimilar todo lo que estaba pasando. ¿Chupar verga? ¿Darle pecho a Manuel? Nada de eso tenía ningún sentido, pero la doctora hablaba con una seguridad tan aplastante que casi resultaba imposible contradecirla. Esther dudó, pero finalmente asintió. De reojo, vio a Manuel, quien seguía rojo como un tomate, pero con una sonrisa de oreja a oreja. —Está bien —dijo Esther lentamente, suspirando. —Manuel, acércate a tu madre —le dijo la doctora Vergara a Manuel.
El muchacho se acomodó al lado de su madrastra. Doña Esther se sacó una teta y acercó la cabeza de Manuel a su pecho, para que disfrutara de ella a su antojo. Sin mucho preámbulo, el joven comenzó a succionar, lleno de determinación. Doña Esther se estremeció al sentir la humedad de los labios de su hijastro en el pezón. Era una teta de apariencia dura y firme, grande y con un pezón chiquitito, que a cada instante se ponía más duro.
—¡Ay, no! Por favor, no sigas con esto —dijo Doña Esther con los ojos cerrados.
—Señor Esther, no podemos parar. —Por la salud mental de Manuel necesito que haga un esfuerzo —contestó la doctora Vergara, mientras Manuel, con dieciocho años de vida, estaba cómodo chupando la teta de Doña Esther, cerrando los ojos de vez en cuando. Era una sensación cálida y segura. Sin embargo, mientras estaba sumido en su propia satisfacción, escuchó a la doctora Vergara que se había acercado como si tuviera una misión muy clara.
—Manuel, así no se come una teta. Mira y aprende.
La psicóloga se acercó a Doña Esther con una actitud de experta y le sacó una teta de su vestido. Manuel observa cómo es que se disfruta de unas buenas tetas. Con movimientos lentos y calculados, la doctora Vergara utilizó su lengua para dibujar círculos en el pezón de Doña Esther.
Luego los chupaba. —Manuel, siempre tienes que desplazar la lengua mientras lames. Y ojo. No muerdas inmediatamente, matarías el equilibrio.
Manuel no perdía detalle de las maniobras de la doctora Vergara. La miraba como si estuviera recibiendo una lección de vida. Al mismo tiempo, varios gemidos escapaban de la boca de Doña Esther.
Sin apartar sus labios del pezón de la madrastra, la doctora Vergara se dirigió a Manuel.
—Manuel, por favor, inténtalo. Manuel comenzó a probar la técnica de la doctora.
—¿Así, doctora? —preguntó, dejando escapar una sonrisa.
Pronto, ambos, Manuel y la psicóloga, se encontraron lado a lado, chupándole las tetas a la madrastra. Doña Esther, por su parte, parecía experimentar una mezcla de alivio y bienestar. Gemía, disfrutando de una chupada de tetas por partida doble. Pronto una de sus manos se deslizó inconscientemente hacia su vagina y comenzó a acariciarse, imitando los movimientos circulares que su hijastro y la doctora Vergara le hacían en los pezones. A veces, Manuel hacía pausas para mirarla, pero la madrastra solo reía y acariciaba la cabeza de ambos. La doctora Vergara, al ver que la técnica de Manuel había mejorado considerablemente, lo felicitó.
—Aprendes rápido, Manuel. Eres muy inteligente. Ahora haz lo mismo en ambas tetas.
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