EL ENGAÑO EN LA II GUERRA MUNDIAL #documental #guerras #podcast 3otn

La potencia de fuego, las fortificaciones, las tropas y los tanques suelen dominar las historias de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que a veces puede pasar desapercibido es el papel que juega el engaño en la estrategia militar.

El camuflaje, los señuelos y la desinformación se convirtieron en herramientas tanto para el eje como para los aliados.

El engaño jugó un papel importante en la Segunda Guerra Mundial.

Se practicó a la mayor escala que jamás se ha visto en la historia de la guerra.

Las estrategias iban desde una simple cinta realizada en medio de la batalla hasta complejas campañas planificadas a largo plazo diseñadas para alterar por completo la perspectiva del enemigo.

El objetivo de las operaciones militares de engaño e inteligencia es conseguir que el enemigo haga lo que tú quieres que haga porque así tienes posibilidades de que las cosas salgan como tú quieres.

No hay duda de que el engaño ayudó a salvar vidas y a poner fin más rápidamente a la Segunda Guerra Mundial.

Las historias que subyacen bajo algunas de las más extraordinarias hazañas de espionaje y subterfugio estratégico que el mundo haya visto jamás.

Cambia el carácter de la guerra y la forma en que se libra. Y en adelante siempre será así.

La Segunda Guerra Mundial comenzó con un acto de subterfugio que serviría de justificación para la invasión alemana de Polonia.

Desde el principio los embusteros trataron de ocultar la verdad y exhibir las mentiras en todos los escenarios y campañas.

En agosto de 1939, Adolf Hitler llevaba seis años como canciller alemán.

Bajo la mano de hierro del Führer, el imperio había expandido su territorio en Europa con Polonia como siguiente objetivo.

Hitler tenía una visión social darwinista del mundo y de la humanidad.

Él creía que la humanidad se dividía en las llamadas razas inferiores y superiores, siendo la más superior a sus ojos, por supuesto, los alemanes.

Los más inferiores eran los judíos.

Pero, sin embargo, solo ligeramente por encima de ellos estaban los eslavos orientales, incluidos los polacos.

A Hitler le ofendió profundamente que a los polacos se les permitiera, según él, multiplicarse en las fronteras de Alemania, por lo que decidió conquistar Polonia, no solo conquistarla, sino esclavizar y diezmar a su supuesta población infrahumana.

Los periódicos alemanes estaban llenos de historias de atrocidades polacas contra los alemanes étnicos que vivían en Polonia.

Culpaban al gobierno británico de inflamar la violencia cuando se comprometían a defender a Polonia si los alemanes la invadían.

Los nazis conspiraron para engañar al pueblo alemán y a los países neutrales, haciéndoles creer que la guerra era una respuesta inevitable y moral a la hostilidad polaca.

Para justificar la invasión de Polonia ante el pueblo alemán, Hitler ordenó que se llevaran a cabo una serie de operaciones de falsa bandera.

Estas operaciones tuvieron lugar a lo largo de la frontera polaco-alemana.

Fueron organizadas por la Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán, bajo el mando del almirante Wilhelm Canaris, y por el Servicio de Seguridad del Reich bajo el mando de Reinhard Heydrich.

El propósito de estas operaciones de falsa bandera era mostrar o describir al pueblo alemán la idea de que eran los polacos los que atacaban a los alemanes y que Alemania solo atacaba a Polonia porque había sido provocada para hacerlo.

El plan, la Operación Himmler, incluía numerosos ataques de falsa bandera para simular ataques polacos contra objetivos alemanes.

El incidente de Gleiwitz fue otra de estas operaciones de falsa bandera.

No causó tantas pérdidas de vidas humanas, pero quizás es emblemático de la naturaleza más bien farsesca y amateur de estas operaciones y, sin embargo, de las trágicas consecuencias que finalmente tuvieron.

El 31 de agosto de 1939, oficiales alemanes de las SS, vestidos con uniformes polacos, se acercaron a una torre de transmisión en Gleiwitz, una ciudad alemana cerca de la frontera con Polonia.

La estación de radio de Gleiwitz era fundamental para hacer circular el sentimiento pro-alemán.

Según el testimonio de su líder, el Sturmbannführer de las SS, Alfred Neujochs, en los juicios de Nuremberg, el pequeño grupo acabó con su muerte.