La pesadilla k160

¡Hora de abrir bien los ojos, de estar preparados, de no distraerse ni un instante, hora de oscuridad y de presagios! ¡Ha sonado la hora del escalofrío! Queridos amigos, hoy presentamos en nuestra amable hora de los sobresaltos, La Pesadilla, un título muy tranquilizador de nuestro guionista Bailos, con el más sano deseo, por nuestra parte, de que ustedes lo pasen mal.

Sí, subo las escaleras y llego al primer piso.

Llevo, llevo en la mano derecha un cuchillo que tenemos en la cocina, ese enorme cuchillo que ayer afilamos, y empujo la puerta.

Tío Héctor está dormido, profundamente dormido, y yo avanzo, y llego hasta él, su respiración tranquila, de hombre que descansa sin sospechar ningún peligro, y levanto sobre él mi brazo armado, y le apuñalo, ¡una otra y otra vez! ¡Maderías, querido doctor y amigo Adolfo! Esas pesadillas absurdas de mi sobrina Elena no son sino reflejo de las películas tan en boga en las que la violencia anda aliada con el desatino.

Elena es una buena chica, a pesar de que se quedó huérfana de padre y madre por el desgraciado accidente de automóvil que ocasionó la muerte a mi querida prima, a su madre y a su marido.

Tenía en aquel entonces Elena cinco años.

Sabes que yo la acogí como a una hija, y que Marta, mi ama de llaves, se ha ocupado de ella como si su madre fuera.

Yo la he formado intelectualmente.

Está en trance de terminar su carrera de filosofía.

Y tampoco se te oculta, querido Adolfo, que mi sobrina Elena todo me lo debe a mí, puesto que he istrado los escasos bienes que sus padres le dejaron.

Pero Elena, querido Héctor, desea matarte.

¿Por qué? ¿No se quiere matar a la persona de la que únicamente se han recibido mercedes? Soy médico, Héctor.

Mi especialidad es la psiquiatría.

Sólo te pido que me permitas que Elena venga a mi clínica.

¿Para qué, Adolfo? ¿Para meter tus dedos de psiquiatra en su cerebro? ¿Para aturdirla con experimentos y volverla loca? Héctor, esas pesadillas que reiteradamente sufre Elena, y en las que sueña que te mata, no son sino una confesión de un deseo reprimido.

Cállate, medicucho.

Freud ya no está de moda.

¿Por qué iba Elena a desear mi muerte? ¿Sabes qué? Sí, sé que Elena y tú vais a casaros.

Lo que me extraña es que tú no te des cuenta de que ella es...

¿Estabais hablando de mí? Elena, mi querida Elena.

¿Qué hacía aquí Adolfo? Me olvidé de que es psiquiatra y fui tan tonta que le referí mis pesadillas.

¿Qué te ha dicho Héctor? ¿Que estoy loca? ¿Que pretendo matarte? Elena, yo...

¡Tú eres un oportunista, Adolfo! ¿No has aprendido en tus importantes estudios psiquiátricos que una pesadilla obsesiva debe interpretarse en sentido totalmente contrario? Yo quiero a tío Héctor.

Voy a casarme con él.

¿Mis pesadillas no quieren decir que si tío Héctor se enamorase de otra mujer, por celos le mataría? No.

No quieren decir eso.

¿Lo oyes Héctor? Está afirmando que estoy loca.

Vas a conseguirlo.