
Sexo, mentiras y lujuria. Vol. II 5n555n
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Serie de relatos cortos que no guardan relación entre sí pero que tienen un denominador común. _____________________________________________ Hola! Ayúdame uniéndote a Ivoox desde los siguientes enlaces: * Anual https://www.ivoox.vip/?-code=c7cb5289b6e940372f0f816d1de4fe6e * Mensual https://www.ivoox.vip/?-code=9af38537eef891dabb408d0e292f3c38 *Plus https://www.ivoox.vip/plus?-code=208ff5ca551218eda9d25aad9113bc8c 2724p
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Hoy presentamos, Sexo, mentiras y lujuria. Volumen 2.
Relato número 1. Pagando aranceles por la vía estrecha.
Platera es pequeña, de culo suave, tan caliente que parece llena de carbón, que nació para el sexo, para ser un infierno de entrada deliciosamente angosta entrenada para mantener en su interior la mercancía durante horas. La llamamos Platera porque es vaíta y argentina. García dice que es mexicana, pero le mandamos a la mierda para que no nos joda las referencias literarias. Está esperando en la fila del mostrador de aduanas. Lleva viniendo más de un año, puntual cada semana.
Desde que empezó, los seis funcionarios para los vuelos transatlánticos hemos acomodado horarios para que cada vez le toque atenderla a uno distinto. Este es mi turno, y espero impaciente mientras los viajeros van pasando y muestran el pasaporte de manera rutinaria. Platera me entrega el suyo y sonríe. Su cara es alargada, indiana, y la foto tan horrible que la hace parecer realmente caballuna. Lo cierto es que vista de frente la chica no es gran cosa, pero guarda lo mejor en la retaguardia, poniéndose en pompa no tiene rival. El perro lo sabe y se mueve a su alrededor más por la costumbre que por instinto.
Polisquea sus pantalones con insistencia. Las primeras veces la chica se ponía nerviosa con las atenciones del animal, pero hace mucho que dejó de hacerlo. ¿Algo que declarar? Le pregunto. No, señor agente, contesta con una sonrisa. Es la inocencia personificada. El perro sigue a su alrededor, polisqueando su trasero como el de una perra en celo a la que quiere montar. Lo siento, chico, esta semana es mi turno. Señalo la puerta del cuarto de inspecciones. Pase por aquí, por favor. Pasa delante de mí, meneando las caderas.
Yo detrás, empujando al perro que intenta colarse porque el inútil de García no sabe atarlo en corto. Para cuando cojo el guante de látex platera ya se ha desabrochado los pantalones. Le cuesta bajárselos de tan ceñidos que los lleva. Las costuras sufren y ese culo pide dos tallas más, pero supongo que así es más fácil mantener la mercancía en su sitio. Inclínese sobre la mesa. Ella lo hace y se separa las nalgas sin necesidad de que se lo diga. El cordelito asoma por su ano cerrado. Tiro. Usa un cilindro flexible, plástico rosa y brillante, estrecho y alargado como un salchichón casero.
O un fuet, que diría Rosel. Al principio traía un envase distinto, más corto y grueso. La primera vez, entre el miedo y la inexperiencia, apenas podía andar. Ni siquiera necesitamos al perro para pillarla. Incluso en las siguientes visitas se le notaba demasiado. Al final tuvimos que echarle la bronca. Tienes que empezar a traer envíos más pequeños, le dijimos. Con tanta mercancía se te ha decir el asunto. El nuevo me gusta. Tiras del cordel y el plástico pulido y estrecho se escurre de su interior en una salida larguísima, pero que no causa destrozos.
En cuanto a emergido del todo, el anito sonrosado vuelve a cerrarse con pereza dejando un pequeño punto ciego, una profundidad insondable que apenas permite entrever qué momentos antes han pasado entre sus elásticas paredes seis años y un día en un hotel sin estrellas. Agito el cilindro ante su cara. Ella lo mira con ojos enormes de niña buena. ¿Puede explicarme qué es esto? Mi voz es fuerte, firme, profesional.
Responde agito, apenas murmurando. Verá, señor agente, son polvos de talco, para el culito. El doctorcito me los recetó porque lo tenía muy sensible. Muy sensible, doy fe. Mi dedo se hunde entre sus nalgas y acaricia el borde irregular de su ano a medio abrir. Como si tuviera vida propia, su pozo de carne caliente vibra y se contrae ante el o.
Se encoge sobre sí mismo. ¿Quién lo diría? Ese culito nos ha salido tímido. Dígame, señorita, ¿ese doctor hizo una exploración en profundidad? Sí, señor agente. Todo lo profundo que pudo llegar. ¿Cabrón afortunado?
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