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Frente a frente, cazador y presa, esposo y esposa, amantes y enemigos. Un encuentro largamente esperado. Un destino que es amor y tragedia. Quinta entrega del serial basado en "La flaqueza del cazador", relato publicado en 2021 en la antología "Proyecto Stoker" de la editorial Anima Ignis.E 6l5g5
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
La caza continúa en el oficio de tinieblas.
Ha pasado mucho tiempo, Javier, murmuró. Ella sonrió, ahora sin malicia alguna. Estiró los dedos, blancos, delicados, y le rozó la espalda. Veí tu calza. Sabías que vendría. Sabías que no podía permitírtelo. Javier de Vargas gimió al sentir su o. Incluso a través de la tela de la camisa, su piel, inhumanamente sensible, reconoció el tacto de Lucía. Se alejó, buscando mantener la claridad, y se obligó a enfrentarse a ella. No era hombre medroso, y sería capaz de sostener su mirada mientras cumplía su misión.
Reconoció su rostro, bello, a pesar de la dureza de los pómulos afilados y los fríos ojos grises. Una severidad rota por el buen caprichoso, casi infantil, de sus labios. Una depredadora inhumanamente bella y perfecta. Que sea reconocer una trampa vida mía, susurró ella con tristeza. El hombre no contestó. Alzó su acero frente al rostro, en posición de saludo, con una expresión indescifrable en la mirada. Su gesto reveló una mancha oscura bajo la axila. Lucía hubo un gemido horrorizado mientras la sangre oscura se extendía por la camisa blanca. Javier torció el gesto triunfal.
Nunca te he mentido, Lucía. Ni cuando juré que acabaría contigo aunque yo corriese tu misma suerte. El ataque de Javier la pilló por sorpresa. Incluso herido, aún conservaba rapidez y reflejos sobrenaturales. La mujer gritó cuando el filo le alcanzó el brazo y comenzó a sangrar.
¡Maldito bastardo! ¡Plate ponzoña! Siseo rabiosa, sabedora de que cualquier herida la volvería lenta y vulnerable. Retrocedía hasta la puerta, apretando el coche para evitar el sangrado, apretando los dientes, dolorida por la quemazón. Había en brillante sus pupilas con ansia inhumana.
Avanzaba decidido. Un reguero carmesí marcaba cada uno de sus cada vez más vacilantes pasos.
¡Sángrate, muere! ¡Sal de mi existencia de una maldita vez, insensato! No marcharé solo, Lucía. El cazador se impulsó hacia adelante con todas sus fuerzas. La hoja alcanzó el costado de la mujer, traspasando el corsé. Chillando, giró sobre sí misma para alejarse de Javier. Solo durante el instante de un parpadeo, Lucía le perdió la vista.
Aprovechando la inercia del movimiento, sin mirar, por puro instinto, Javier enderezó la muñeca que sostenía el alma y la hundió en su pecho, aferrando la hoja con su propia mano para hacer más fuerza. Rullido de pura agonía, completamente ajeno a cualquier criatura viva, reverberó en la madrugada. Ignorando el dolor, empujó la espada hasta que la hoja casi roció el corazón muerto de su esposa. Su sangre y la de su esposa una de nuevo.
Trastadillando, tropezando con los muebles, se dejó caer, completamente agotado, deseoso de que todo acabase y, sin embargo, incapaz de apartar la mirada. Ella le contempló, las pupilas y el atadas, el gesto sorprendido y furioso. Bajó la dama la cabeza y observó el alma clavada en su cuerpo. Lo di todo, Javier. Mi corazón, mi alma y hasta parte de mi vida. Confío en ti, se lamentó, acercándose vacilante. Somos asesinos, vida mía. Condenados. Solo espero que ambos encontremos el perdón tras esta madrugada.
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