
Descripción de Hospital de San Benicio m5q5q
En el Hospital San Benicio, las noches eran largas, silenciosas… y a veces, imposibles de olvidar. Solo cinco personas permanecían dentro cuando caía el sol. Pero una noche, todo cambió. Un sonido extraño en la sala de radiología. Una llamada desde una habitación cerrada hace más de un año. Un susurro que pedía ayuda… y una desaparición que nadie pudo explicar. Este episodio te llevará al límite entre la realidad y lo sobrenatural. Lo que comenzó como una guardia tranquila se convirtió en una pesadilla marcada por el eco de una voz que no debería existir. 📞 ¿Te atreves a contestar la llamada de la habitación 203? 1q4i
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Bienvenido, te acercaste al fuego buscando calor, pero lo que encontraste fue algo muy distinto.
Las historias que escucharás se envolverán en un manto de misterio, miedo y oscuridad.
Apaga las luces, deja que el crepitar de la hoguera sea tu compañía.
Esto es terror junto a la hoguera.
¿Estás listo para quedarte hasta el final? Turno nocturno en el Hospital San Benicio.
Mori.ydedicadoaa.m El Hospital San Benicio era pequeño, casi olvidado en un pueblo donde pocas cosas pasaban.
Durante el día apenas se llenaban algunas habitaciones, y en la noche solo quedábamos cinco personas, el Dr. Ramírez, dos enfermeras, Jorge, el guardia y yo, en recepción.
A esa hora, el hospital parecía otro mundo, silencio total.
Pasillos oscuros y un aire pesado que nunca desaparecía.
Pero lo peor eran los ruidos.
Todo empezó con un golpeteo, no fuerte, sino insistente, como uñas rascando una puerta.
Provenía de la sala de radiología, un área que a esa hora debía estar vacía.
Me acerqué con cautela, y justo cuando teco en el pomo, el sonido cesó de golpe.
Tragué saliva.
Tragué saliva y abrí la puerta.
Vacío, pero el aire dentro estaba helado y olía raro, como humedad.
Y algo más, algo metálico.
Sangre.
Salí apresurado, intentando convencerme de que era una imaginación.
Ana, una de las enfermeras, me vio pálido y se acercó.
Lo escuchaste, ¿verdad? ¿Escuchar qué? Los golpes.
Me estremecí.
Ana bajó la voz.
¿De qué hablas? A veces alguien llama a la recepción desde la habitación 203.
¿Y qué tiene eso de raro? Que esa habitación está cerrada con llave desde hace más de un año.
Y antes de que pudiera responder, el teléfono sonó.
El teléfono sonó.
Miré la pantalla.
¿Habitación 203? Ana y yo nos miramos, con el corazón latiéndonos en la garganta.
Tomé el auricular con la mano templorosa.
¿Hola? Nada, solo un leve crujido, como si alguien respirara muy cerca.
Luego, un susurro.
¡Ayúdame! Colgué de golpe.
Y Jorge, el guardia, apareció detrás de nosotros con cara de fastidio.
Siempre lo mismo.
Iré a revisar.
Tomó su linterna y caminamos juntos por el pasillo.
La luz en la 203 estaba encendida.
No debía estarlo.
Jorge giró el pomo.
La puerta se abrió sola.
Dentro, todo parecía normal.
Solo una cama vacía, cubierta de plástico sobre los muebles.
Y el aire.
Otra vez.
Otra vez con ese olor metálico.
Jorge revisó dentro y suspiró.
¡Nada! ¡Como siempre! Iba a cerrar la puerta cuando escuchamos un sonido.
Un leve sollozo.
Venía de debajo de la cama.
Jorge encendió la linterna y se agachó.
Y en ese instante, salió algo.
Una mano grisácea o esuda, con uñas largas y negras.
Lo sujetó del rostro.
Y lo arrastró con una fuerza imposible.
Jorge apenas tuvo tiempo de gritar, antes de desaparecer, bajo la cama.
Nos quedamos paralizados.
El Dr. Ramírez llegó corriendo tras escuchar el grito.
Pero cuando miramos debajo de la cama, no había nada.
Ni Jorge, ni nadie.
No había nada.
Ni Jorge, ni sangre.
Ni rastro de que hubiera estado ahí.
Llamamos a la policía.
Buscamos por todo el hospital.
Pero Jorge nunca apareció.
Su puesto de guardia quedó vacío.
Esa noche y todas las noches después de esa.
Pero lo peor fue cuando, días después, el teléfono sonó de nuevo en recepción.
En la pantalla.
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