
Descripción de El mito de la caverna 5548j
Si ha habido un pasaje citado hasta la saciedad en la historia de la filosofía éste es el mito de la caverna de Platón. Una alegoría que está de plena actualidad si lo reformulamos y cambiamos las sombras por pantallas... ¿Damos un breve paseo por este mito? Una aproximación centrada más en el aspecto sociopolítico que en el ontológico 1c6q61
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Caminante rápido. No hay tiempo para pasear, pero sí para pensar. Aquí, una idea que ha dejado huella en la historia del pensamiento. Breve, clara y con recorrido.
Hola, estimados escuchantes. Hoy vamos a hablar de uno de los mitos más influyentes de la historia del pensamiento. Que no, no es el horóscopo. Aunque reconozcámoslo, el horóscopo tiene una capacidad filosófica sorprendente para explicar absolutamente todo, después de que haya pasado. Nos referimos al mito de la caverna, sí, ese relato que aparece en el libro 7 de la república y que ha sido citado innumerables veces a lo largo de la historia.
Un texto que ha sobrevivido a imperios, religiones y modas, y que sigue funcionando como espejo, o más bien, como sombra proyectada en el muro. Platón nos dice que imaginemos a un grupo de personas encadenadas desde su nacimiento en una caverna. No pueden moverse, ni girar la cabeza. Solo pueden mirar al fondo de la cueva, donde ven sombras proyectadas por objetos que pasan delante de una hoguera situada a sus espaldas. Esas sombras son lo único que han visto, para ellos eso es la realidad. Todo muy Netflix, pero sin salir de casa. Hasta que uno de los prisioneros se libera.
Esto Platón nunca lo explica bien, pero se lo vamos a perdonar, y logra salir al exterior. Al principio claro, le duele la luz del sol, normal, después de años en el modo oscuro. Pero poco a poco se acostumbra, ve los objetos reales, descubre el mundo, comprende que lo que veía en la cueva eran solo sombras, apariencias, copias de copias de copias. Y aquí viene lo bueno. El prisionero liberado, emocionado por su hallazgo, decide volver a la cueva para contarles a los demás la verdad, qué alma más noble dirán ustedes. Pues sí, más noble que práctica.
Porque cuando intenta explicarles que lo que han visto toda la vida no es la auténtica realidad, se ríen de él, lo llaman loco, y si insistes, te cancelan, te insultan o te matan. ¿Les suena? Así le fue a Sócrates, a Galileo y a quien intentó explicar que las vacunas salvan vidas, y que no, Bill Gates no te quiere poner un microchip. Porque el mito de la caverna no va solo de la verdad, va también del dolor de abrir los ojos, de lo costoso que es salir del mundo cómodo de las apariencias, de la educación como proceso incómodo, de la filosofía como viaje, no hacia respuestas, sino hacia preguntas mejor formuladas.
Platono nos dice que la realidad verdadera no está aquí, en el mundo sensible, donde todo cambia, sino allá, en el mundo de las ideas. Lo bello en sí, lo justo en sí, el bien con mayúscula. Una especie de Google platónico donde todo es estable, eterno y se carga sin anuncios. Y ese mito sigue vivo. En el cristianismo medieval, la caverna se convierte en el mundo terrenal, y el exterior en el paraíso. En la modernidad Descartes se pregunta si no estaremos soñando.
Kant dirá que vemos sombras, porque nuestra mente no puede ver más. Y ya en nuestros días, el mito se reencarna en películas como Matrix, el show de Truman, o cualquier documental de Netflix que empiece con la frase, lo que no te han contado. Hoy, muchos de los que aseguran haber escapado de la caverna, no solo siguen en ella, han construido una nueva. Más acogedora, más espectacular. Y sobre todo, con manual de instrucciones en PDF y vídeos narrados por voces sintéticas con tono solemne.
Han cambiado las sombras del sistema por otras más coloridas, más rebeldes, más despiertas. Pero siguen siendo sombras. Y no se trata de burlarse del que cuestiona las cosas, todo lo contrario.
Lo que sería trágico, y lo es, es que en lugar de romper las cadenas, uno simplemente se las cambie por unas con purpurina.
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