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Cuentos para niños
La aventura de Don Quijote y los rebaños de ovejas

La aventura de Don Quijote y los rebaños de ovejas 341m5

17/4/2025 · 05:12
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Descripción de La aventura de Don Quijote y los rebaños de ovejas 562f6y

Tras la extraña aventura de la venta que el Quijote creía castillo encantado y el manteo de Sancho Panza, Don Quijote vuelve a vivir una divertida batalla. No te pierdas este capítulo XVIII de Don Quijote y la aventura de los rebaños de ovejas, en donde un exceso de imaginación vuelve a jugarle una mala pasada al caballero andante. e652x

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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Cabalgaban Don Quijote y Sancho aún doloridos tras salir de la venta que Don Quijote creyó Castillo Encantado.

Sin duda eran fantasmas los que nos atacaron, Sancho, no tengo ninguna duda, y ya pagarán por todo lo que nos hicieron.

Pues para ser fantasmas bien reales me parecían a mí, si hasta tenían nombre y apellidos.

Estaban recordando su última aventura cuando de repente vieron a lo lejos una enorme polvareda en mitad de un camino.

Quieto, Sancho, ¿ves lo mismo que yo? Sí, una nube de polvo, es un ejército, pero espera, más allá hay otra, dos ejércitos que se enfrentan, que me aspen, si son los ejércitos del malvado emperador Alifanfarón, señor de la isla de Trapobana y el de Pentapolín de Arremabango, brazo, rey de los garamantas.

Sancho Panza miraba sin entender muy bien, pero como no veía más que polvo en el camino llegó a creer a Don Quijote.

¿Y por qué se pelean? Preguntó entonces Sancho.

Por amor, Sancho, por amor, el villano de Alifanfarón está enamorado de la hermosa hija de Pentapolín, y él, por supuesto, se niega a entregar a su hija tal villano.

Por mis barbas, ayudaré en la batalla a mi amigo Pentapolín, subiremos a esa loma para dejar a Tuasno y le pillaremos desde allí por sorpresa.

Y subiendo a una pequeña colina, Don Quijote miró con atención y comenzó a ver cosas que el bueno de Sancho no era capaz de ver.

¿Ves aquel de allá? Dijo Don Quijote señalando a la nube de polvo.

El que tiene el escudo del león dorado, ese es el mismísimo Laurcaldo, señor del puente de plata.

Sus hazañas se cuentan por docenas.

Y un poco más allá está el valeroso Micololembo, duque de Quirocia.

Su escudo lo forman tres coronas de plata en fondo azul.

Y está también el temido Branda Barbarán de Boliche, el señor de las tres arabias.

Don Quijote se emocionaba al mencionar a cada uno de estos caballeros, mientras Sancho intentaba chinar los ojos para ver si podía divisar a alguno de los señores de los que su amo tan efusivamente hablaba.

¿Lo ves, Sancho, lo ves? Pues a decir verdad, mi amo, yo no veo nada.

¿Y no escuchas sus gritos en plena batalla? ¿Un grito es lo que se dice gritos? Pues no.

Yo solo escucho el balido de ovejas y carneros.

A fe mía que esa nube no encierra una batalla, mi amo, sino un rebaño de carneros.

Eso es por el miedo, Sancho, que nubla tus sentidos.

Pero si tanto temes, échate a un lado y ya voy yo a ayudar a mi amigo.

Y diciendo esto, Don Quijote comenzó a galopar sobre Rocinante, colina abajo, lanza en ristre, gritando mientras se adentraba con fuerza en medio del rebaño.

¡Allá voy! Espera, mi amigo pentapolín, que voy en tu ayuda.

¡Deténgase, amo! Gritaba Sancho desde lo alto de la colina.

Demasiado tarde, la lanza de Don Quijote levantó en volandas a unas cuantas ovejas que comenzaron a avalar presas de miedo.

Los pastores, al ver aquello, comenzaron a gritar y se hicieron con un buen montón de piedras del río.

Bien adiestrados en el manejo de las ondas, comenzaron a lanzar sus misiles contra el caballero andante, quien empezó a sentir los golpes uno detrás de otro, en el cuerpo y en el rostro.

Sintió Don Quijote que dos costillas se le hundían y que alguna que otra muela saltaba por los aires.

Intentó beber de su licor prodigioso para recuperarse, pero una pedrada lo arrancó de sus manos, manchándole las barbas de líquido rojo.

Cuando el dolor le pudo, cayó al suelo casi sin sentido.

Los pastores pensaron que estaba muerto y recogieron las ovejas y carneros que aún estaban vivos para salir de allí corriendo.

Por su parte, Sancho bajó corriendo al ver el resultado de todo aquello.

Al ver a su amo con las barbas rojas y tendido en el suelo, también pensó en un primer momento que había muerto, pero pronto se dio cuenta de que aún vivía.

¡Ay, Sancho, que esos viles me dejaron malherido! Creo que me han arrancado varias muelas.

Dime que el soberbio alifanfarón no ganó la batalla.

Ya le advertí yo, mi señor, que aquellos no eran caballeros, sino carneros.

No creas, Sancho, que alifanfarón tiene el extraño poder de cambiar su forma, y seguro que al llegar yo se transformó, y ahora ya alejado, ha vuelto a recobrar su forma verdadera.

Menos mal que no entre yo en la batalla, puesto que yo soy poca cosa para un grupo de carneros, y solo faltaba otra tunda después de todas las que ya llevamos.

Debes saber, Sancho, que no es un hombre más que otro, sino hace un hombre más que otro, y si el mal últimamente se hace fuerte, debes saber que no dura para siempre, y el bien ya estará cerca para nosotros.

Pero dime, Sancho, ¿cuántas muelas me faltan arriba y abajo? El escudero le miró la boca y preguntó, ¿cuántas tenía vuestra merced? Cuatro o cinco, porque jamás me arrancaron ninguna.

Pues abajo solo cuento dos y media, y arriba solo alcanzo a ver una.

Ya decía yo que en la boca sentía una escaramuza.

Sancho Panza ayudó a levantarse a su amo.

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